sábado, 4 de octubre de 2008

¡No se olvida¡










En la búsqueda de esas solidaridades dispersas a las que se refiere Edgar Morín (pronúnciese “Morán”), acepté la invitación de jóvenes universitarios para participar en una marcha conmemorativa de la represión del movimiento estudiantil de 1968.
Convocada para iniciar a las 5 de la tarde, la manifestación partió de la Fuente del Pensador, en la Alameda, alrededor de una hora después. Me integré cuando llevaban avanzadas unas cuadras y me sorprendió ver que eran un grupo compacto pero entusiasta, compuesto de jóvenes muy muuy jóvenes, a pesar de que la convocatoria era para todo el pueblo en general.
En lo que me integraba escuchaba comentarios de peatones, empleados de tiendas y automovilistas que comentaban entre ellos cosas como “Pinches guevones, deberían ponerse a trabajar”, otro decía “Mira, son puros emos” y otros simplemente trataban de entender que relación había entre las consignas que los jóvenes manifestantes gritaban y lo que las mantas expresaban. El sol arrancaba gruesas gotas de sudor de nuestras frentes y la piel de nuestros rostros mostraba su irritación adquiriendo tonos rojos u obscuros, como en mi caso. Afortunadamente, tuve la precaución de llevar el sombrero que cuatro meses antes me regalara Eder. Pese a todo, ni sol, ni calor, ni pavimento ardiente parecían menguar el ánimo juvenil. Voces femeninas incitaban al grito “Dos de Octubre, no se olvida” en una marcha que era encabezada por una manta enorme en la que la aparecía la imagen de la patria, esa joven mujer de rasgos indígenas que adornaba la portada de los libros de texto de primaria.
No teníamos miedo, pero algunos, cuando nos dirigíamos a la Alameda, pudimos ver en las cuadras cercanas a patrullas de dos o tres camionetas de la PFP con policías cubiertos con pasamontañas y armados hasta los dientes. Es normal, pensamos, en una ciudad cuya cotidianeidad se adorna con cadáveres mutilados que amanecen en lugares públicos. No teníamos miedo, pero era inevitable pensar que en 1968 también era “normal” que en los alrededores de las movilizaciones estudiantiles abundara la presencia policiaca. Afortunadamente, durante la caminata los policías no se hicieron presentes, ni siquiera para “protegernos”. Y digo “afortunadamente” porque luego empecé a entender que era lo que movía a jóvenes a protestar por algo que había sucedido veintitantos años antes de que ellos hubieran nacido. Ese algo es la represión policial. Lo entendí cuando vi que de entre las filas se desprendían jovenzuelos para pintar las paredes con leyendas como “Fuck the police” o “police = pigs”. ¿Y eso que demonios tiene que ver con lo que militares y policías hicieran en Tlatelolco a estudiantes indefensos ese dos de octubre de 1968? La respuesta es: la represión. Así como en ese entonces los jóvenes exigían la derogación del delito llamado de “disolución social”, que no era otra cosa que la prohibición de reuniones en la vía pública, pues así los jóvenes actuales sufren la permanente persecución por reunirse en las calles. Diariamente, pero especialmente los fines de semana, la policía realiza redadas en los barrios marginales donde los chavos se reúnen a escuchar música rap o ska y cargan con ellos por el solo hecho de ser jóvenes. Persecución, humillaciones, golpes y encierros son lo que los jóvenes reciben de manera cotidiana de parte de la policía. Jóvenes que cada vez encuentran mas disfuncionales las familias que los adultos hemos construido, que cada vez están mas hartos de las banalidades que ofrece la televisión, terminan huyendo cada tarde o cada noche de su casa para refugiarse en las esquinas, en la calle, en la plaza. En esos lugares dan rienda suelta a la frustración que muy pronto se transforma en rebeldía creativa plasmada en interpretaciones de rap o al bailar ska. Por eso digo que “afortunadamente” no hubo provocaciones por parte de la policía, pues los muchachos tienen bastante rabia antipolicial acumulada.


Después de avanzar por la Hidalgo, en la calle Zaragoza dimos vuelta al norte para luego tomar la avenida Juárez, por la que iniciamos el regreso hasta El Pensador. Ahí, en la Alameda, se inició el “toquín”, la parte musical, mas lúdica pero igualmente rebelde. Al ritmo de rap, con letras agresivas, compuestas por los propios muchachos la movilización se transformó en fiesta, pero en fiesta de solidaridad, de inconformidad con una sociedad que les niega espacio vital. Por eso estaban, estábamos, ahí, contentos; la Fuente del Pensador era de ellos, de nosotros, al menos por esa tarde y parte de la noche. Luego aparece el ska, después la guitarra nos trae al eterno rebelde, al inseparable compañero de marchas y luchas, el Ché, cuando la guitarra acompaña a quien canta

Aprendimos a quererte
Desde la histórica altura
Cuando todo Santa
Clara
Se despierta para verte



Continúa el rap, el ska, la pasión, el enojo por la represión tan lejana y tan cercana a la vez. Luego piden la reflexión, solicitan que Rafa Zuno, profesor de varios de los presentes, tome la palabra. Y sí, la palabra del profesor hace reflexionar. Habla de cómo la lucha sesentayochera se une con las luchas actuales, habla de cómo la represión de ahora, la militarización creciente del país puede terminar en otro sesenta y ocho si no nos organizamos. Rescata lo valioso de esta movilización porque, dice él, solo resistiendo podremos sobrevivir. Porras y aplausos culminan su intervención.

Pienso en lo que dice Mauricio Carrera en su ensayo “68 La vida estaba en otra parte”*. Ahí menciona que las sociedades estaban cambiando y nadie lo entendía, dice “nadie parecía entender muy bien lo que pasaba, pero solo los jóvenes reaccionaron ante estos cambios, ante esta incomprensión.” Creo que algo similar veía yo en esta protesta, chavos que no entienden muy bien lo que sucede pero lo intuyen, les molesta y reaccionan. Son como la parte sensible de nuestra sociedad, son nuestros sensores remotos que nos indican que un terremoto social se aproxima, pero no lo entendemos. Nuestra sensibilidad se ha atrofiado por falta de uso.

“Hay momentos en que tengo ganas de rebelarme como un loco”, es la frase que el ensayo de Carrera recupera del libro de Albert Cámus “El mito de Sísifo” para explicar la inexplicable rebeldía de los jóvenes de entonces (y yo digo que de los jóvenes de hoy, también). En ese libro, Cámus habla del esfuerzo inútil del ser humano moderno que malgasta su vida en fábricas u oficinas. Condenados, como Sísifo, a repetir eternamente la misma y fatigosa tarea, tan solo para reiniciarla una vez que la concluimos, Cámus pregunta si ante esta situación sólo nos queda la complacencia o el suicidio y responde que no, la alternativa es la rebelión. Esto es lo que no sé si los chavos lo saben, pero estoy seguro que al menos lo intuyen…y reaccionan.

¿Y que quieren los jóvenes de ahora? Pocos o nadie lo entiende. De hecho, a pocos les interesa. Igual que en 1968. Quizá por eso vale la pena el rescate que hace Carrera de algunas de las consignas que adornaron las calles de París en mayo de ese año: “La imaginación al poder”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Abre tu cerebro tan a menudo como tu bragueta”, “Decreto un estado de permanente felicidad”, “El agresor no es quien se rebela, sino quien reprime”, “Cuanto mas hago el amor, mas quiero hacer la revolución”, “Una barricada cierra una calle pero abre un camino” y por supuesto, la frase de Rimbaud que da título al ensayo en mención, “La existencia está en otra parte”.




Nos retiramos y dejamos a los jóvenes, muuy jóvenes, en su conmemoración/fiesta.

Mientras caminamos rumbo al auto, las consignas del 68 francés me hacen pensar que, en muchos sentidos, seguimos viviendo en 1968. Persiste el autoritarismo, la antidemocracia (ahora revestida de alternancia), la violencia es parte de la vida cotidiana, así que ¿tiene sentido ser optimistas?. Creo que sí, siempre y cuando seamos realistas. Es lo que demostraron los jóvenes que dejamos atrás, en el Pensador, cantándole a la vida.

“Seamos realistas, pidamos lo imposible” expresión del pensamiento creativo/subversivo del 68, se cruza con el pensamiento complejo de Edgar Morín que afirma que “el optimismo se funda en lo improbable”.




*Carrera, Mauricio. “68, La vida estaba en otra parte”. Revista Día Siete, Núm. 403.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Fraternidad y política de civilización

Después de un buen rato de flojear, aquí estamos nuevamente con un comentario. Pues resulta que en el anterior post, su servidor afirma que la contradicción que caracteriza al liberalismo es entre dos valores fundamentales de la sociedad occidental, aportados por la Revolución Francesa y que son la Libertad y la Igualdad. Así planteada, la cuestión parece no tener solución o, en el mejor de los casos, la solución consiste en sacrificar uno de los valores para que prevalezca el otro. De modo que si sacrificamos la igualdad, prevalecerá el liberalismo (en otras palabras, el capitalismo) y si por el contrario, sacrificamos la libertad, entonces prevalecerá el igualitarismo (como es el caso del socialismo). En la primera opción, se sacrifica el tejido social, se suprimen todas las formas de vida comunitaria y se cultivan los valores individualistas, el “éxito” personal que excluye a los demás. En la otra opción, se cancela al individuo, se suprimen las libertades individuales y se elevan a rango cuasi-divino las formas colectivistas de organización social. En ambos casos el ser humano pierde mucho de su humanidad. O el equilibrio que se propone entre ambos valores resulta, ciertamente, harto difícil.

Sin embargo, es cuestión de leer a Edgar Morín (pronúnciese “Morán”) y en el encontramos una alternativa obvia, pues está en el origen de los dos valores mencionados. En efecto, Morín nos recuerda que la revolución francesa no solamente nos deja como legado las propuestas de libertad e igualdad, antinomias de difícil coexistencia, sino que también heredamos de los revolucionarios franceses la propuesta de la fraternidad y es esta la que constituye el cemento que permite la unión y coexistencia de la libertad con la igualdad. Es, quizá, el valor de mas difícil comprensión en un sistema social como el que vivimos, donde el liberalismo es llevado a extremos en los que un ser humano es solamente un escalón para que otro suba. Un liberalismo (o neoliberalismo) expresado en los excesos del individualismo que convierte a la sociedad en una selva humana, una jungla en la que para sobrevivir hay que sacar lo peor de nosotros mismos, lo mas inhumano de nuestra naturaleza. ¿Hay alternativa? Por supuesto. Mientras más inhumano se vuelve nuestro entorno social mas solidaridades aparecen, mas humanismos emergen. Es lo que Morín llama “resistencias”. Dice este autor francés en “Una política de civilización”:

Anonimización, atomización, "mercaderización", degradación moral, malestar,
progresan de manera interdependiente. La pérdida de responsabilidad (en el seno
de las maquinarias tecnoburocráticas compartimentadas e hiperespecializadas) y
la pérdida de la solidaridad (debido a la atomización de los individuos y a la
obsesión del dinero) conducen a la degradación moral, dado que no hay sentido
moral sin sentido de la responsabilidad y sin sentido de solidaridad.

…Asimismo, los individuos resisten a la atomización y a la anonimización por
la multiplicidad de los amores, el entretenimiento de las amistades, las
"barras" o grupos de amigos. Ellos resisten a la urbanización generalizada
adoptando comportamientos neo-rurales, fines de semana y vacaciones, el retorno
a alimentos rústicos, la compañía de gatos y perros.

…Pero estas
iniciativas son locales y dispersas. No hay que sistematizarlas pero sí
sistemizarlas, es decir religarlas, coordinarlas para que constituyan un todo.
Hay que hacerlas emerger a la política de civilización. Mientras que
solidaridad, convivencialidad, ecología, son pensadas separadamente, la política
de civilización las concibe en conjunto y propone una acción de conjunto


Ahí está la propuesta de Edgar Morín. Entenderla nos permitirá afirmar como él: “Mi optimismo se funda en lo improbable”.

miércoles, 23 de julio de 2008

Alteridad, ciudadanía y Benito Juárez

El 18 de julio no solo es el día que “nacieron todas las flores”. También es el aniversario luctuoso del gran liberal que en mucho transformó nuestro país y que, pese a sus detractores, aportó su talento a la edificación del moderno Estado mexicano, institución en cuya desaparición parecen estar comprometidos los últimos gobernantes.

Benito Juárez sorprende por la profunda transformación que hizo de su vida y que se expresa en el tránsito de humilde pastor de ovejas a Jefe del Estado mexicano. Sin embargo, esa imagen pareciera expresar solamente las posibilidades de éxito individual en un país y en un momento determinados. Pero el significado de su vida va más, mucho más allá. Para que el éxito individual sea posible, primero tiene que existir el individuo y esa es precisamente la gran aportación del liberalismo. En el caso del México en la época juarista, debemos recordar que los derechos individuales eran prácticamente inexistentes, ya que la gran mayoría de los mexicanos pertenecían a comunidades indígenas, comunidades en las que la individualidad no existe o está severamente limitada. Pero además, estos mexicanos al igual que los demás (incluso aquellos mestizos que no se asumían como indígenas) estaban subordinados a la férula de la Iglesia Católica, institución que gobernaba la vida, pública y privada, de los mexicanos, institución que contaba con privilegios de los que hacía partícipes solo a unos cuantos. Éramos entonces, una sociedad de desiguales y en medio de esa desigualdad no puede florecer una República, forma de organización social en la que el sustento son los ciudadanos, seres iguales ante la ley, ante lo público. Precisamente por eso, quienes se beneficiaban con esa desigualdad necesitaban un Emperador, preferentemente rubio y, por tanto, extranjero. Un Emperador que pusiera a los indios en su lugar (especialmente al indio que despachaba como Presidente de la República).


Así inició la persecución de Juárez, que era en realidad la persecución de la República y, por tanto, de la ciudadanía. Perseguir a la República para instaurar el imperio es perseguir al ciudadano para instaurar al súbdito. Así de simple. Por eso cuando Juárez derrota y ordena el fusilamiento de Maximiliano está, con esos actos, restaurando la República. Es entonces cuando, ante el Congreso de la Unión (15 de julio de 1867) establece que:


Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la
paz.

Enorme lección de alteridad encerrada en esa frase pues no puede haber respeto entre individuos si estos no son libres, ni entre naciones si estas no son soberanas. No puede haber alteridad si no hay mismidad. No hay individuo, si este no tiene libertad.

Ahora bien, ¿Para que nos sirve Juárez en estos momentos?. Eso le preguntó Carmen Arisegui al escritor Carlos Monsivais a finales del año pasado. La respuesta empezó con la mención de que 474 nombres de calles y avenidas fueron sustituidas, en el sexenio de Fox, por nombres de santos, o de héroes locales o por figuras del conservadurismo.
Luego, Monsivais afirma que Juárez podrá estorbar a gentes como Fox, pero para México en su conjunto, como nación, Juárez es muy necesario porque representa la idea épica, dramática de la soberanía.
Finalmente, el escritor hace una crítica hacia la izquierda, precisamente por haber renunciado a la herencia juarista que tiene que ver con el liberalismo.


En lo personal, creo que la izquierda mexicana tiene mucha dificultad para entender que ser ciudadano es ser liberal, por definición. Y que por tanto, construir una sociedad de ciudadanos requiere construir una sociedad de individuos libres, libres no solo de corporaciones (religiosas, económicas o gremiales) sino de las formas de organización comunitaria que asfixian la individualidad. No se trata, por supuesto, de suprimir dichas organizaciones sino de ponerlas al servicio del hombre. Se trata de conciliar en un dificilísimo equilibrio, ciertamente, dos de los valores fundamentales de la sociedad moderna que emerge de la revolución francesa, valores como la libertad (esencia del liberalismo, es decir, de los derechos fundamentales del individuo) e igualdad (esencia de la vida en comunidad, en sociedad, sin la cual hombre perece). A la izquierda le cuesta mucho trabajo entender que individualidad y comunidad son dos formas de una misma existencia, la existencia humana. Por eso también se le dificulta entender que la “lucha por las almas de los mexicanos” se da en todos los campos de batalla, incluidos aquellos en los que se desarrolla la vida cotidiana de los mortales comunes y no solamente en el Congreso, en la televisión, los periódicos o en las escuelas. Monsivais lo demuestra, en entrevista con La Jornada http://www.jornada.unam.mx/2008/06/12/index.php?section=politica&article=012e1pol) de la que presentamos solo una pregunta y parte de su respectiva respuesta:




¿Puede hablarse de un triunfo definitivo del Estado laico en tanto en los bares
los tríos sigan cantando la versión dulcificada de “La gloria eres tú”? ¿Sigue
sonando a herejía Miguel de Guevara?
R: Usted se refiere al éxito del clero
mexicano al lograr que se modificase la letra de “La gloria eres tú”, de José
Antonio Méndez. En el original decía: “Desmiento a Dios porque al tenerte yo en
vida/ no necesito ir al cielo tisú”, y quedó de este modo: “Bendito Dios, porque
al tenerte yo en vida/ no necesito ir al cielo tisú”, con lo que la herejía
persistió.

viernes, 18 de julio de 2008

La mismidad


No soy de los que consideran que el día de cumpleaños es un día especial, diferente a los demás días. Creo que en cada uno de los 365 amaneceres de cada año, podemos decir con Joan Manuel Serrat :

Hoy puede ser un gran día
donde todo está por descubrir
si lo empleas como el último
que te toca vivir

Pelea por lo que quieres
y no desesperes
Hoy puede ser un gran día
y mañana también


Pese a todo, hoy es mi cumpleaños y me parece una buena oportunidad para hablar (por escrito) de la contraparte de la otredad, es decir, de la mismidad. Desde mi propia mismidad considero que la vida vale la pena vivirse, aún aquí en la Laguna de los balazos, aún aquí en Torreón, ciudad capital del arsénico. Desde mi mismidad, que es la que permite la existencia de la otredad, pues es su otra cara, vislumbro una vida necesitada de un esfuerzo mayor, de una lucha mas intensa para que ambas caras se reconcilien y se acepten como lo que son: la unidad, un solo universo.


Pero como siempre, hay alguien que lo expresa mejor, en este caso ese alguien es el cantante uruguayo Alfredo Zitarroza, quien a través de su hermosísima canción “Guitarra Negra” nos dice, en algunos de sus fragmentos:

Hago falta
yo siento que la vida se agita nerviosa
si no comparezco
si no estoy

Siento que hay un sitio para mí en la fila
que se ve ese vacío
que hay una respiración que falta
que defraudo una espera


Siento la tristeza o la ira inexpresada del compañero
el amor del que me aguarda lastimado
Falta mi cara en la gráfica del pueblo
mi voz en la consigna
en el canto
en la pasión de andar


Mis piernas en la marcha
mis zapatos hollando el polvo
los ojos míos en la contemplación del mañana
mis manos en la bandera
en el martillo
en la guitarra
mi lengua en el idioma de todos
El gesto de mi cara en la honda preocupación de mis hermanos


O también Florence Scovel Shinn nos dice, desde su libro “El juego de la vida y como jugarlo” que:





La vida es como un espejo, y nos encontramos a nosotros mismos reflejados en
nuestros semejantes.


La mismidad es un peso enorme (si no se está contento con lo que uno es); es la vida misma, la que mientras exista es una tarea en la que somos insustituibles. La mismidad es como una obra escénica en la que nosotros, cada uno de nosotros, solo puede ser representado por cada uno de nosotros. Karel Kosik en “Dialéctica de lo concreto” lo expresa mucho mejor cuando afirma que:



Cada individuo debe –personalmente y sin que nadie pueda sustituirle- formarse
una cultura y vivir su vida.




En eso estamos, perdón, en eso estoy.




Karel Kosik


miércoles, 2 de julio de 2008

La otredad, la bronca con el otro, con los otros.


Considerado por algunos como el problema filosófico del siglo XX, la otredad o alteridad, es decir, la relación con los otros, con los diferentes, con los que no son como yo, parece que persistirá con un lugar privilegiado en la problemática humana del siglo actual. Los elementos que demuestran su carácter problemático se expresan en hechos incuestionables que marcaron al siglo anterior, como por ejemplo, dos guerras mundiales y multitud de guerras regionales y revoluciones nacionales. Por supuesto, el problema de la alteridad no sólo es un problema de la relación entre naciones o entre clases, razas o grupos sociales. Es también un problema de relación entre dos personas. Así como los pueblos levantan barreras infranqueables para impedir el paso de los diferentes, así también los individuos erigimos nuestras más poderosas defensas para establecer relaciones interpersonales en las que no sea evidente nuestra vulnerabilidad. Todos necesitamos del otro(a) pero nadie queremos correr riesgos. Percibimos al otro como necesario(a) pero peligroso. El resultado es una forma de relacionarnos dañina, lastimosa, sin futuro. Seguramente tiene que ver con lo que Marx define como enajenación en los Manuscritos económico-filosóficos, obra considerada la mejor expresión del llamado “joven Marx”. Sin embargo, hoy quiero abordarla a través de lo que el viejo Charles Bukowsky plantea en el siguiente poema:

A solas con el mundo

La carne cubre el hueso
y dentro le ponen
un cerebro y
a veces un alma.
Y las mujeres arrojan
jarrones contra las paredes
Y los hombres beben demasiado
y nadie encuentra al otro,
pero siguen buscando
de cama en cama

La carne cubre el hueso

Y la carne busca algo más de carne.
No hay ninguna posibilidad:
Estamos todos atrapados
por un destino singular.
Nadie encuentra jamás al otro.

Los tugurios se llenan,
los vertederos se llenan,
los manicomios se llenan,
los hospitales se llenan,
las tumbas se llenan.


Nada más se llena.

jueves, 12 de junio de 2008

Entre el Pantera y Betty la Fea




Gervasio Robles, alias El Pantera, es un personaje ficticio que cobra vida en el cómic de ese nombre y que ya forma parte de la programación de Televisa. Precisamente, para la filmación del segundo capítulo (transmitido el pasado 12 de mayo) de la segunda temporada de dicho programa, se utilizaron recursos públicos, en este caso obtenidos de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA). En respuesta por escrito al Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), dicha Secretaría afirma que se apoyó a Televisa durante ocho días y en diferentes partes del país tanto con equipo material como con personal castrense. También la SEDENA informa que “Respecto del personal militar se tuvo la participación de los siguientes efectivos: jefes (mayor, teniente coronel o coronel), tres; oficiales (mayores, capitanes o tenientes), seis, y tropa (sargentos, cabos,y soldados rasos), 138”, precisa el comunicado según nota publicada en el diario La Jornada del domingo 8 de junio. Entre el equipo material destaca un helicóptero UH60-L Black Hawk cuyo costo de mantenimiento es de 8 mil 798 pesos por hora, además de 15 vehículos de transporte terrestre.

¿La justificación? El mismo comunicado la proporciona en su parte final cuando afirma que “como conclusión se hace de su conocimiento (del IFAI) que los medios indicados fueron proporcionados como un apoyo de esta dependencia y utilizados para difundir la imagen del gobierno federal …”

Uno podría (ingenuamente) pensar que esta forma de administrar los recursos públicos es circunstancial y que, de ninguna manera es la forma en que nuestra clase gobernante entiende la administración pública. Sin embargo, la revista Día Siete en su número 405 nos recuerda que ya desde el 2006, al final de la campaña presidencial, Calderón compró espacio en el guión (sí, en el guión) del refrito colombiano “La fea mas bella” con lo que (re)inauguraba una práctica de transfusión de recursos públicos a negocios privados con la justificación de “venta de imagen”. Así, poco después, en la misma telenovela aparecerían el gobernador de Nuevo León y su esposa con la finalidad de “promover a su estado” a cambio de asumir los costos del último mes de grabación de esa historia.

Por parte de las televisoras la estrategia es la misma, ordeñar los recursos públicos para engrosar sus bolsillos aunque la táctica sea diferente. Antes, se trataba de hacer pelear a los partidos políticos (a través de chismes, diatribas y sobre todo, las amenazas de linchamiento mediático) y ahora la táctica es hacer competir a los gobiernos estatales por un espacio en las telenovelas. Los gobernadores de los estados han mordido el anzuelo, como es el caso del gobierno de Puebla que (según Día Siete) apoyó con 1.6 millones de pesos la filmación de la telenovela “Fuego en la Sangre”, mientras que a Colima le costó casi cinco millones de pesos el que sus escenarios naturales aparecieran en el teledrama “Contra Viento y Marea”. Jalisco, por su parte (otro día hablaremos de la macrolimosna) aportó 12 millones de pesos a la producción de “Las tontas no van al cielo” después de otra aportación no especificada a la filmación de “Destilando amor”. Guanajuato apoyó, con montos también desconocidos, la producción de la teleserie local “Vida mia”. La lista es larga, pero solo como aproximación a este fenómeno, Día Siete menciona los casos de Amor real (2003), grabada en Hidalgo; Alborada (2005) realizada en Michoacán y Puebla; La esposa virgen (2005), grabada en Puebla y Tlaxcala; Código postal (2006) en Guerrero; Juan Querendón (2007), en Michoacán y Pasión (2007) filmada en Hidalgo y Morelos. ¿Cuánto costó a cada uno de los estados mencionados, la fugaz aparición de sus escenarios naturales en esas telenovelas? ¿Cuanto cuesta al contribuyente la ansiedad de los gobernadores por aparecer junto a los galanes de telenovela?
¿Cuánto nos cuesta como país la autopromoción de la actual clase gobernante?

lunes, 2 de junio de 2008

Somos campeones, estamos de fiesta






Finalmente la final llegó y la ganamos. ¿La “ganamos”, Kimosabi?.
Curioso fenómeno ofrece el futbol. A partir de ayer somos ganadores todos los laguneros y aún aquellos que, sin ser laguneros, le iban al Santos.

Pero ¿quienes somos esos “ganadores”, esos que, tan solo por ser “santistas” desde ayer nos sentimos campeones?

Somos los mismos que perdimos las últimas elecciones presidenciales, y aquí conviene precisar que no solo perdimos las elecciones los que votamos por una opción diferente a la panista, también perdieron las elecciones los que votaron por Calderón, porque ellos fueron los que primero perdieron la fe, la confianza en las elecciones como un ejercicio de libertad democrática. Son los primeros que las sabotearon. Se asustaron y asustaron a la ciudadanía. Por eso, ellos y nosotros somos perdedores.

Pero también somos los mismos que perdimos la confianza en una institución que nos costó muchísimo construir, como es el Instituto Federal Electoral, los que perdimos la incipiente confianza en la Suprema Corte de Justicia como un valladar contra los excesos del Poder Ejecutivo, los mismos que estamos perdiendo la confianza en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos después de ver como sus desatinos son enmendados por organismos internacionales como Amnistía Internacional.



Somos los mismos que vamos perdiendo la guerra contra el narco, aunque los gobernantes digan que “sienten” que vamos ganando. Somos los mismos que vamos perdiendo la carrera contra los precios de los alimentos, los mismos que vamos perdiendo la posibilidad de encontrar trabajo para jefes de familia, los mismos que, en el campo, vamos perdiendo la posibilidad de sobrevivir como campesinos, los mismos que…

Por todo eso, era importante, muy importante ganar el campeonato. Sentirnos campeones aunque no hayamos jugado ni un segundo. Para eso se inventó el concepto del “jugador número 12”. Desde las tribunas, desde casa, desde el bar estábamos “jugando”. Hicimos lo que nos tocaba, angustiarnos, rezar, gritar, bailar, cantar, alegrarnos, enojarnos, insultar, mirar. Exactamente lo mismo que hacemos con la vida pública, con la política, con la vida en sociedad. Otros son los que juegan, nosotros solo aplaudimos o nos quejamos. Otros son los que deciden sobre lo que es de todos (lo público), nosotros solo miramos…y pagamos las consecuencias de sus decisiones. Así pasó con el Fobaproa y pretenden que así pase con los intentos de privatizar el petróleo.


Pero hoy nada de eso importa. Hoy somos “ganadores”, hoy somos “campeones”. Hoy ganamos. ¿Pero que ganamos?
Ganamos el derecho a tomar las calles, que es un derecho que solo existe cuando se ejerce.
Ganamos el derecho a ser felices (o al menos a sentirnos eufóricos), aunque sea solo por un día.
Ganamos la ilusión de sentirnos iguales, ilusión expresada en la convivencia, en el mismo desfile, entre una Ford Lobo y un carromato tirado por dos famélicos asnos, pero eso sí, ambos vehículos cargados de jóvenes vestidos de albiverdes. O en el hecho de que la alegría del momento es compartida por el gobernador lo mismo que por el jornalero, lo mismo por el presidente municipal que por el campesino.



Ganamos la ilusión de sentirnos libres, como el joven que semidesnudo bailaba y se bañaba en medio de la calle División del Norte, acá por mi barrio, o la joven que generosa, desde una camioneta levantaba de vez en vez, su albiverde playera para mostrar sus senos mientras incitaba a gritar ¡Santos¡, ¡Santos¡. Por lo menos la policía de Gomez Palacio reporta que de la treintena de detenidos que hizo, una parte importante fue por “exhibicionismo”.

Así que, no es poco lo que ganamos pero es efímero y tiene mucho de artificial.
Es mas, mucho mas lo que tenemos como reto para ser auténticos ganadores.

Pero hoy estamos de fiesta. Hoy como dice Serrat:

Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano

bailan y se dan la mano

sin importarles la facha

Juntos los encuentra el sol

a la sombra de un farol

empapados en alcohol

magreando a una muchacha.



Mañana será otro día. Mañana, podremos decir, apoyándonos también en Serrat:

Y con la resaca a cuestas

vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza

y el señor cura a sus misas.

Se acabó,

que el sol nos dice que llegó el final.

Por una noche se olvidó

que cada uno es cada cual.

Vamos

bajando la cuesta

que arriba en mi calle

se acabó la fiesta.

jueves, 29 de mayo de 2008

Futbol y sociedad

En una sociedad, como la nuestra, una de cuyas características es precisamente la ausencia de identidad, los eventos masivos como el fútbol ofrecen oportunidades insuperables para asomarnos a eso que algunos llaman el “espíritu” de dicha sociedad. En realidad, lo que sería el espíritu lagunero (si es que algo así existe), no es tan diferente del espíritu del resto del país, por lo menos sería igual al de las otras poblaciones donde se juega fútbol de primera división. Los equipos están ubicados en ciudades medias y en la capital, es decir, ciudades con la suficiente población como para mantener esos negocios. Ciudades grandes, donde el anonimato es parte de la vida cotidiana, donde las relaciones sociales son cada vez mas impersonales, donde los lazos comunitarios, que caracterizan a las pequeñas poblaciones rurales, son cada ves mas precarios. Ciudades donde, para sobrevivir, hay que aislarse, individuarse, llegar al individualismo extremo que tiende a asfixiar las posibilidades de convivencia comunitaria. Ciudades donde, lo que queda de comunidad es la familia, y eso, la familia nuclear porque la familia ampliada (los tíos, los abuelos, los suegros) está cada ves mas dispersa en una ciudad que no detiene su crecimiento. Ciudades que condenan a sus habitantes a una vida cada vez más solitaria (aunque vivan acompañados), y en las que, por lo mismo, cada vez se hace más difícil construir una identidad. Las ciudades homogeneizan, estandarizan modos de ser, de vestir, de actuar, de carecer. En esas condiciones ¿cuál identidad?.

Ahí es donde aparece el evento masivo, como satisfactor artificial de algunas de esas necesidades, de esas carencias. Así, el uniforme deportivo provee la posibilidad de identificación con un equipo que simboliza el terruño, el espacio vital, el territorio donde nuestras costumbres y tradiciones no son extrañas ni folclóricas por que son nuestras. En Torreón, irle al Santos es ser lagunero, ser torreonense. Y ser torreonense es ser “guerrero” y, por tanto, triunfador. Por eso las empresas, sobre todo aquellas que necesitan limpiar su imagen, estampan su logotipo en el uniforme, para que los valores que se asignan al equipo se confundan con los de la empresa. De entre todos, el valor supremo es el éxito, el triunfo que excluye (solo hay un campeón, los demás son “perdedores”), valor característico del capitalismo que le permite esconder su carácter depredador.


Aunado al éxito, el otro valor socialmente elevado al rango cuasidivino es la belleza, pero la belleza estereotipada, artificial. Belleza que en las personas de las porristas, adornan los partidos de fútbol. Con un concepto de belleza peligrosamente cercano a la bulimia y a la anorexia, el fútbol se nos presenta, decíamos arriba, como un aparador, como una vitrina en la que se exhiben los “productos” que pueden satisfacer nuestras carencias. Piernas masculinas que simbolizan el éxito y piernas femeninas que simbolizan la belleza.

Así, desde pequeños vamos introyectando esos “valores” capitalistas hasta hacerlos nuestros, hasta asumirlos como si fueran universales e intemporales. Como si el éxito excluyente, el éxito “sobre” los otros y no “con” los otros fuese una característica de todas las sociedades en todos los tiempos. Como si la belleza consumible e inalcanzable fuera la aspiración de toda mujer y su posesión, una aspiración de todo hombre.

Por otra parte, está la violencia, esa pulsión o necesidad que el fútbol también nos permite desahogar con relativa impunidad y sin sentimientos de culpa. Con el boleto de entrada no solo tenemos derecho de impulsar a nuestro equipo con porras, gritos y cantos. Por el mismo precio, se adquiere el invaluable derecho a recordarle la progenitora, durante dos horas, al árbitro y al equipo contrario. Las incontables presiones derivadas de la creciente carestía de los alimentos, los nervios destrozados por las cotidianas balaceras entre policías y narcos, el estrés acumulado por soportar un gobierno tan espurio como ineficiente y corrupto, etc., etc., todo eso y más se puede desahogar con las sonoras mentadas al árbitro del encuentro. Y si eso no basta, pues entonces ahí están los porristas rivales. Un certero botellazo, un descalabrado con un pedazo de hielo como proyectil y quizá, una batalla campal, proporcionan al fanático un desahogo que le permitirá continuar con una vida que, en el capitalismo, es de por sí cotidianamente violenta y sin esperanza. Todo eso con impunidad y sin sentimiento de culpa.

Por todo eso y por mucho mas ¡Arriba el Santos¡


Hoy es el juego de ida.

viernes, 2 de mayo de 2008

¿El fin del mundo?













¿El fin del mundo?









Para quienes vivimos en esta ciudad no son extrañas las tolvaneras o tormentas de tierra que la caracterizan. Sin embargo, algunas veces los eventos climáticos se salen de lo usual y nos ofrecen espectáculos que lo mismo nos maravillan que nos aterrorizan. Es el caso de la tromba que azotó nuestra ciudad el pasado 27 de abril, cuando alrededor de las 17:00 horas, momento en que sufríamos/disfrutábamos un luminoso/caluroso domingo y de pronto, el sol desapareció tras una densa cortina de polvo para dar paso a una oscuridad que apenas permitía observar los efectos que las furiosa ráfagas de viento provocaban al azotar árboles, postes, semáforos y anuncios espectaculares.

Tras varios e interminables minutos de una semi-oscuridad acompañada de violentos ramalazos de árboles y objetos diversos arrojados contra autos y casas, sobrevino un fenómeno tan sorprendente como la tormenta de tierra: el granizo. Una furioza andanada de pequeños (en algunas partes no eran tan pequeños) proyectiles de hielo, se desató sobre nuestra asustada ciudad y lastimó lo mismo bienes materiales que transeuntes que no lograron ponerse a salvo.

Si bien no hubo pérdidas humanas que lamentar si hubo cuantiosos daños materiales y, sobre todo, hubo mucha gente que tuvo la oportunidad de preguntarse si estaba viviendo su vida conforme a sus preceptos religiosos.

Un periódico local tituló su nota principal, la de 8 como dicen los periodistas, así: "Parecía el fin del mundo"

lunes, 14 de abril de 2008

Noche de Brujas


Desde tiempos inmemoriales, desde que el ser humano hace su aparición en este mundo, el rol femenino en la sociedad ha sufrido variaciones interesantes e, incluso, increíbles.
Así, por ejemplo, se habla de una etapa no registrada en los anales históricos, pero que se puede rastrear al través de las diferentes formas de organización social y familiar que la humanidad ha generado. Etapa a la que también se le puede seguir la pista en los mitos y leyendas que se han transmitido de boca en boca y que, finalmente, llegan a la historia a través de las obras artísticas como es el caso de la tragedia "Edipo Rey" que, aunque escrita por Sófocles, se basa en los mas antiquísimos relatos acerca de un mundo organizado de manera tan diferente al que entonces conocían los griegos y diferente, por supuesto, al mundo social en el que hoy vivimos.
De acuerdo con Federico Engels, la familia que hoy conocemos como tal, sacralizada por la tradición judeocristiana, no siempre ha sido así. Y sin entrar en detalles al respecto, solo rescataremos, para los propósitos de este escrito, lo referente al papel de la mujer en ese orden social hoy inexistente. Apoyado en los descubrimientos del antropólogo Morgan, Engels nos conduce a la explicación material de como fue posible la construcción de una forma de organización social que tenía como eje nada mas y nada menos que a la mujer, organización social llamada matriarcado. Para no entrar en los detalles que asustaron a los mismísimos antropólogos que la descubrieron, diremos solamente que en la sociedad matriarcal los aspectos fundamentales para caracterizar una familia, como es el caso del parentesco, giraban alrededor de la mujer. Es decir, los lazos de consaguinidad como hermano, hermana, etc., dependían de la mujer y no del hombre.
Este hecho social, hacía que por lo tanto, otros muchos hechos sociales y naturales se explicaran desde la óptica de una sociedad matriarcal, desde un punto de vista donde lo femenino era lo socialmente aceptado porque lo social era producto de lo femenino. ¿Por qué era esto así?, pues por que, por ejemplo, el parto, fenómeno natural a través del cual la sociedad se reproducía, era un fenómeno fundamental que implicaba la explicación de la maternidad. Sin embargo, este hecho dejaba oculto el papel del hombre en la procreación, de manera que la paternidad era socialmente inexistente. Por eso los códigos que regulan la vida familiar y social en el matriarcado, giran en torno de la mujer y no del hombre.
Esto que Morgan descubre al estudiar las sociedades mas antiguas y menos desarrolladas, se expresa en Edipo Rey cuando a la hora en que los dioses deliberan sobre que hacer ante el crimen (parricidio) que comete Edipo, se desarrolla una lucha de propuestas e interpretaciones de la ley divina entre las diosas (cuya participación ilustraba un mundo social en proceso de desaparición) y los dioses (en busca de un papel protagónico que sustituyera el rol secundario que hasta entonces tenían en la regulación de las vidas de los hombres). Esta lucha expresa el enfrentamiento entre el derecho femenino, hasta entonces imperante y el surgimiento de un nuevo tipo de derecho, el masculino, que entonces emergía como el nuevo derecho destinado a codificar las relaciones sociales hasta nuestros días.
El resultado ya lo sabemos, el triunfo de los dioses sobre las diosas ilustra el dramático paso de una sociedad, con lo femenino como eje, a una sociedad patriarcal, necesariamente misógina y autoritaria. ¿Por qué necesariamente misógina? Porque el triunfo de un paradigma (en este caso el patriarcal) solo es posible si desplaza, elimina o subordina al paradigma sobre el que triunfa (el matriarcado). El nuevo paradigma patriarcal, entonces, es misógino por definición.
Y todo lo anterior, ¿qué tiene que ver con la noche y con las brujas?
Bueno, para empezar, tendríamos que aceptar que la breve explicación propuesta líneas arriba, deja de corresponder con el paradigma marxista que plantea que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, tal como lo plantea el Manifiesto del Partido Comunista, y coincide mas con los que afirman que la historia humana es la lucha entre sexos o géneros. Así, en este marco, es mas fácil abordar uno de los periodos mas oscuros (y mas trivializados) de la historia, el periodo de la quema de brujas que no es otra cosa que la quema de mujeres por el solo hecho de ser mujeres.
Esta larga y oscura noche inicia en la Edad Media y perdura hasta el siglo XVII. Pero ¿como inicia esta conversión de la mujer en enemigo público número uno? ¿Cómo se transmuta de ser humano (inferior, según los hombres del medioevo, pero ser humano al fin) en bruja, amante del diablo? El pretexto son los desastres naturales o personales, las situaciones sobre las que el escaso entendimiento humano impedía tener control o, al menos, una explicación. Así, las sequías, las hambrunas, las pestes eran situaciones que ponían en peligro la existencia de toda una comunidad y la única explicación era que dios estaba enfadado, molesto. Alguien había hecho algo malo y si dios se molestaba era importante encontrar al culpable, a ese alguien que pudiese tener la manera de contactar con las fuerzas del mal y que, en su infinita maldad, fuese capaz de hacer daño a los buenos hombres que no hacían otra cosa que trabajar duramente. El culpable tenia que ser alguien que ocultara algo, que tuviese poderes intangibles e invisibles y que, precisamente por su intangibilidad e invisibilidad no estuvieran bajo control de la sociedad, es decir, bajo control de los hombres. El mas portentoso de esos poderes era el conocimiento y la única institución (masculina, por cierto) que requería el monopolio del conocimiento para instaurarse como institución hegemónica era la iglesia. Para lograr tal hegemonía, la iglesia requería instaurar socialmente un tipo de conocimiento que se convirtiera en “oficial” por así decirlo y eso implicaba, necesariamente, el desplazamiento o desaparición de cualquier otro tipo de conocimiento que le hiciera competencia. Ese conocimiento alternativo no existía, salvo en la mujer. La atención de los partos, así como todo el conocimiento que giraba en torno a la gestación y embarazo estaba en manos de las mujeres y por tanto, también lo relacionado con los problemas de salud que tenían que ver con la reproducción. De modo que medicinas naturales, brebajes para la atención del embarazo, cuidados para evitar o combatir las infecciones relacionadas con el parto, los cuidados de la salud de los niños, etc., constituían parte de la enorme riqueza en conocimientos que las mujeres poseían desde los tiempos, ya perdidos en las brumas de la memoria, en que la mujer había sido el centro de la organización familiar y social. Desde entonces, a través de los años y mediante la transmisión oral, dichos conocimientos pasaron de mujer a mujer, de generación en generación, bajo la mirada recelosa de los hombres que no alcanzaban a entender como un ser socialmente inferior podía, sin embargo, hacerse cargo de situaciones tan complicadas como la salud.
Así que, cuando los clérigos señalaron con dedo acusador a la mujer, la misoginia del paradigma imperante en la sociedad facilitó la culpabilización del conocimiento femenino. Si desde siempre, o por lo menos desde la derrota del matriarcado, la mujer se había convertido en sospechosa ante los hombres, ahora la sospecha se confirmaba con la acusación de otros hombres que desde la iglesia, es decir, desde su papel de representantes de dios, señalaban a la mujer como la causante de todos los males. ¿Y quien podía poner en tela de duda la palabra de quienes hablaban en nombre de dios? Por si las dudas, para reafirmar la acusación se recurrió a la satanización, se vinculó a la mujer con el peor de los enemigos de la humanidad, el demonio, y de ahí lo demás fue fácil. Bajo la acusación de aquelarres, sabaths y misas negras, cientos de miles (sin exagerar) de mujeres fueron conducidas a la hoguera, quemadas vivas pero siempre después de ser torturadas para obligarlas a denunciar a otras mujeres que no tenían mas culpa que ser mujeres. El olor a carne quemada se extendió por toda Europa y, una vez que se institucionalizó como política de exterminio femenino, llegó a nuestro país, dada nuestra condición de colonia española. Aquí también se instauró la Santa Inquisición y, también aquí, se juzgó sumariamente a muchas mujeres y se les condenó a la hoguera única y exclusivamente por ser mujeres, o por ser brujas, que era prácticamente lo mismo. La acusación era la misma: tenían amoríos con el diablo y por tanto, eran enemigas de dios y de los creyentes. ¿Pruebas? No eran necesarias, todo mundo sabía que cada mujer acusada sabía cosas que los demás (especialmente los hombres) ignoraban. ¿Confesiones? Era cuestión de maltratarlas, torturarlas, mutilarlas y solitas confesaban hasta los supuestos detalles de su diabólica relación con el príncipe de los avernos. ¿Y si no confesaban? Pues entonces esa era la mejor prueba de que tenían pacto con el demonio, ya que preferían las llamas antes que denunciarlo.
Desde entonces, la mujer aprendió lo peligroso que es el conocimiento. Desde entonces, la mujer sabe que lo mejor es no saber, o, por lo menos, decir que no sabe. Desde entonces el hombre camina solo, como un ingenuo Adán que espera ansioso, aunque no lo reconozca, a que Eva pierda el miedo y se vuelva animar a incitarlo a morder el fruto prohibido, el fruto del conocimiento, el fruto que hará pedazos el artificial paraíso en el que vive, para construir, juntos, el verdadero paraíso terrenal al que tienen derecho.
En la foto, Janis Joplin conocida como la Bruja Blanca

miércoles, 9 de abril de 2008

Huelga de hambre en Ciencias Políticas

La Facultad de Ciencias Políticas de la UAdeC, aquí en Torreón, enfrenta un nuevo conflicto, o mejor dicho, la nueva versión de un conflicto que amenaza con volverse añejo. Esta semana inició con una huelga de hambre de jóvenes estudiantes de la Facultad con motivos diversos, aunque con denominador común. Denuncian los jóvenes con su protesta, una presunta represión académica y diversos actos de prepotencia de las autoridades escolares. Ya el semestre anterior había aflorado una movilización estudiantil, igual que ahora, contra las autoridades de la Facultad, por que, según los estudiantes, les habían sido conculcados derechos establecidos en el estatuto universitario. Las autoridades centrales de la Universidad, léase Rectoría, los escuchó, los atendió, les ofreció una solución que…los muchachos afirman que no llegó. Hay escritos, con sus respectivas firmas, en los que se consignan los compromisos adquiridos.

Así las cosas, el problema lejos de terminar, creció. Quizá no en el sentido de que mas muchachos se adhirieran a la causa, pero si en el sentido de que el encono y las afrentas aumentaron, por ambas partes. El pasado lunes los estudiantes consideraron que no había otra alternativa que irse a una huelga de hambre. La iniciaron 5 jóvenes y hoy afirman ellos, son 10 los muchachos que protestan negándose a la ingesta de alimentos. Las autoridades de la Facultad afirman que dos de esos jóvenes ya no pertenecen a la Universidad dado que reprobaron una asignatura en cinco ocasiones. Al respecto, los muchachos afirman ser víctimas de una revancha personal por parte del profesor titular de la asignatura.

Dejando de lado ese aspecto, la pregunta es ¿Y los demás muchachos porqué protestan? ¿Se puede afirmar también de ellos que son malos estudiantes? Algunos de ellos tienen un promedio superior a 90 y, ganado a pulso. Y sin embargo, hoy están en huelga de hambre, con el consiguiente riesgo para su salud. De hecho, anoche mismo una de las huelguistas tuvo que recibir atención médica porque su salud sufrió un severo quebranto, lo cual está generando que los ánimos se enardezcan entre los jóvenes protestantes. Como expresión de ese enardecimiento, los muchachos bloquearon hoy por un tiempo el Boulevard Revolución, a la altura de donde se encuentra ubicada la Facultad con las consiguientes molestias para pasajeros y automovilistas totalmente ajenos al conflicto, ¿Era necesario llegar a esos extremos? ¿No hay quien los pueda atender?

domingo, 6 de abril de 2008

Inauguración

Hoy, siendo las 11:58 del dia 8 de abril de 2008, declaro antisolemnemente inaugurado "El Tabarete" y quiero hacerlo posteando el artículo que hoy concluí para el Boletín de la escuela.

Sale.





«La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; es él mismo —cada uno— quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso» (Erich Fromm. Ética y psicoanálisis).




Entre emos y punketos: la lucha por la identidad y el territorio
Por Miguel Angel Saucedo L.

La sociedad mexicana sigue cambiando, aunque muchos no quieran o no puedan, por ceguera ideológica, percibirlo. El acelerado tránsito de rural a urbano, apenas permite ver a nuestro país expresarse de maneras hasta antes insospechadas. El cambio demográfico expresado en una población cada vez mas vieja pero con un creciente protagonismo juvenil, los procesos migratorios (expulsamos pobres a Estados Unidos y recibimos pobres expulsados de Centroamérica), junto con eso que llaman globalización y que se expresa (aunque no solamente) en el libre acceso a ideas y comportamientos de lugares cercanos y remotos, dan lugar a una muy extraña versión de lo que McLuhan llamó la “aldea global”. Extraña porque la idea de una aldea global, es decir, una aldea mundial, sugería algo así como una sola gran tribu, la tribu humana, unida e interactuando a través de los portentosos medios de comunicación de los que hoy disponemos. De alguna manera eso es cierto, basta ver la creciente dependencia, sobre todo de los jóvenes, respecto de medios como el teléfono celular y la internet para comunicarse. Ni siquiera el idioma sobrevive como frontera, pues a través del correo electrónico o del YouTube, podemos intercambiar música, fotos y video con gente cuyo idioma ni siquiera sabríamos identificar.

Sin embargo, en medio de tantos sonidos, palabras, imágenes, es decir, en medio de tanta gente, nos sentimos perdidos, aislados En medio de tanta comunicación nos sentimos incomunicados. En medio de tanta diversidad se extravía nuestra particularidad, nuestra identidad. De tanto leer y escuchar lo que los demás son, se nos olvida o nos avergonzamos de lo que nosotros somos. ¿Como es que llegamos a esta situación?

Si miramos con más detenimiento, quizá observaremos que eso que llaman globalización es, en realidad, un proceso de mundialización de una forma de relacionarnos entre los seres humanos y una forma de relacionarnos con la naturaleza. Esta forma de relacionarnos es a través de la compra y venta de cosas a las que se les llama mercancías. En otras palabras, estamos ante un proceso de mercantilización del mundo, un proceso en el que la naturaleza se ha convertido en una mercancía (y para eso basta ver el comercial de PEMEX, ese de que “tenemos un tesoro”). Pero el mundo no es solo naturaleza, o mejor dicho, los seres humanos también somos naturaleza y, por tanto, la mercantilización es la forma de relación que tiende a ser dominante en la sociedad, lo cual quiere decir que los seres humanos tendemos a tratarnos a través del mercado, el mercado de las relaciones sociales y, por tanto, estamos hablando de la mercantilización de la sociedad. De manera que, quizá sea más pertinente hablar de un “mercado global” que de una “aldea global”. Es el mundo de la mercancía.

Ahora bien, una vez que cambiamos el escenario, cambian los actores. En lugar de la aldea o sociedad global que supone humanos con relaciones sociales globales, tenemos el mercado global que supone consumidores y vendedores y sobre todo…mercancías. El sueño dorado del capitalista, un mundo donde todo, absolutamente todo, pueda comprarse y venderse (enajenarse). Un mundo de mercancías, un mundo en el que compradores y vendedores también se han convertido en mercancías. La lógica de la mercantilización es muy simple: en un mundo mercantilizado necesito comprar lo que requiero para sobrevivir, pero para comprar necesito dinero que obtendré al vender, ¿pero vender que?, pues las cosas que poseo y si no poseo nada siempre tendré mi fuerza de trabajo, o mis ideas, o mi inspiración o…

El resultado es que, para sobrevivir, me tengo que vender, me tengo que enajenar, volverme ajeno a mi mismo. Así, en el capitalismo solo existimos como mercancías. Y sin embargo, a pesar de todo, seguimos siendo humanos, muy disminuidos si se quiere, pero humanos. Aquí es donde aparece con mayor claridad la contradicción: mi carácter humano en un mundo social donde solo puedo existir como vendedor o consumidor (compro, luego existo) o como mercancía. Un mundo que mutila al ser humano, pues solo le reconoce aspectos parciales de su humanidad (su capacidad para comprar, su capacidad para vender, su capacidad para venderse) y descuida los aspectos mas esenciales de esa humanidad como son su capacidad creativa, su sensibilidad, su solidaridad, su compromiso consigo mismo y, por lo tanto, con la humanidad de la que forma parte.

Y eso nos remite, ahora si, a un abordaje diferente del problema que apuntábamos renglones arriba cuando decía que en medio de tanta comunicación nos sentimos incomunicados. Esta incapacidad deriva de nuestra división en clases, división que origina que tengamos intereses no solo diferentes sino antagónicos. División clasista que me obliga, aún cuando no logre o no quiera vender mi fuerza de trabajo, a ser ajeno a mi mismo por que yo no decido el lugar que ocupo en la sociedad a la que pertenezco, no decido el tipo de relaciones que establezco con los demás.

El asunto es que cada vez es más difícil relacionarnos como seres humanos, como seres de múltiples dimensiones. Cada vez buscamos en el otro solo una parte de lo que el otro es, y nos perdemos así, de la integralidad de ese ser humano con el que a la vez podríamos alcanzar nuestra integralidad. Esta dificultad de “ser”, de identificarse con alguien para ser parte de algo, lleva a muchos a buscar falsas identidades o, incluso, a buscar la negación de si mismo por la vía del suicidio o de las adicciones. Dado que el mercado es la expresión de nuestras diferencias y no de nuestras semejanzas, terminamos buscando en otro lado aquello que nos pudiera unir a otros, pero ¡ojo¡ a otros, no a los otros. En otras palabras, en lugar de buscar a todos aquellos con los que comparto mis similitudes esenciales, lo humano, termino buscando lo que al unirme con algunos de los otros, me diferencia de los demás. En lugar de buscar mi lugar en la aldea global capitalista (que por definición es excluyente), acabo buscando mi lugar en alguna tribu de las muchas que pululan en esta aldea.

Eso es, quizá, justamente lo que sucede con eso que ahora llaman “tribus urbanas”, grupos de jóvenes que buscan afanosamente una identidad y un espacio donde expresarla. Es entonces cuando emos y punketos y rokers y homos y…descubren que existe alguien mas como cada uno ellos, alguien que comparte sensaciones, sentimientos y, sobre todo, estados de ánimo (difícilmente, pensamientos). Es cuando descubren que (como dice la canción), su soledad se siente acompañada. El individuo percibe que no está aislado, sino que forma parte de algo, de un grupo de gentes como el, de una tribu. Sin embargo, las tribus no existen en lo abstracto. Son expresiones de la sociedad y esta existe en el espacio, en un territorio dado. Y aquí es donde surge el conflicto, ya que no hay tribu que se respete si no tiene un territorio donde nomás sus chicharrones truenen. Conflicto urbano que, por cierto, no es nuevo. Las batallas campales entre jóvenes de diferentes barrios, son la vida cotidiana en los espacios marginales de las ciudades. La diferencia ahora es, precisamente que el conflicto ya no es solamente en la periferia urbana sino justamente en su centro…comercial. Parte del nuevo rostro que ofrecen las ciudades, por lo menos las medianas y, sobre todo las metrópolis, es la desaparición de la plaza pública, entendida como el espacio en el que todos, sin distinción de condición social, género o edad, podíamos pasear, descansar, socializar. Ahora la diferenciación social que caracteriza a la urbe, se expresa en la correspondiente diferenciación social de los espacios para la recreación pública. Así, la Alameda y la Plaza de Armas en Torreón, son ahora espacios de recreación para ciertos sectores de la sociedad, mientras que otros sectores hacen vida social en las modernas plazas comerciales. Esta situación, determinada por la capacidad de consumo, es precisamente la que explica que el conflicto tribal ocupe las pantallas de televisión ya que los emos, al igual que otras tribus, han hecho de la plaza comercial “su” espacio, “su” territorio, olvidando que, a diferencia de la Alameda, esa plaza es privada, tiene dueños y esos dueños venden la ilusión de un espacio social sin conflictos, donde todos podemos socializar a condición de que hagamos consumo. Ilusión hecha pedazos por una realidad en la que nuestra sociedad se muestra como un espejo roto, con múltiples fragmentos buscando, como dice Edgar Morin, su completud.