jueves, 12 de junio de 2008

Entre el Pantera y Betty la Fea




Gervasio Robles, alias El Pantera, es un personaje ficticio que cobra vida en el cómic de ese nombre y que ya forma parte de la programación de Televisa. Precisamente, para la filmación del segundo capítulo (transmitido el pasado 12 de mayo) de la segunda temporada de dicho programa, se utilizaron recursos públicos, en este caso obtenidos de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA). En respuesta por escrito al Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), dicha Secretaría afirma que se apoyó a Televisa durante ocho días y en diferentes partes del país tanto con equipo material como con personal castrense. También la SEDENA informa que “Respecto del personal militar se tuvo la participación de los siguientes efectivos: jefes (mayor, teniente coronel o coronel), tres; oficiales (mayores, capitanes o tenientes), seis, y tropa (sargentos, cabos,y soldados rasos), 138”, precisa el comunicado según nota publicada en el diario La Jornada del domingo 8 de junio. Entre el equipo material destaca un helicóptero UH60-L Black Hawk cuyo costo de mantenimiento es de 8 mil 798 pesos por hora, además de 15 vehículos de transporte terrestre.

¿La justificación? El mismo comunicado la proporciona en su parte final cuando afirma que “como conclusión se hace de su conocimiento (del IFAI) que los medios indicados fueron proporcionados como un apoyo de esta dependencia y utilizados para difundir la imagen del gobierno federal …”

Uno podría (ingenuamente) pensar que esta forma de administrar los recursos públicos es circunstancial y que, de ninguna manera es la forma en que nuestra clase gobernante entiende la administración pública. Sin embargo, la revista Día Siete en su número 405 nos recuerda que ya desde el 2006, al final de la campaña presidencial, Calderón compró espacio en el guión (sí, en el guión) del refrito colombiano “La fea mas bella” con lo que (re)inauguraba una práctica de transfusión de recursos públicos a negocios privados con la justificación de “venta de imagen”. Así, poco después, en la misma telenovela aparecerían el gobernador de Nuevo León y su esposa con la finalidad de “promover a su estado” a cambio de asumir los costos del último mes de grabación de esa historia.

Por parte de las televisoras la estrategia es la misma, ordeñar los recursos públicos para engrosar sus bolsillos aunque la táctica sea diferente. Antes, se trataba de hacer pelear a los partidos políticos (a través de chismes, diatribas y sobre todo, las amenazas de linchamiento mediático) y ahora la táctica es hacer competir a los gobiernos estatales por un espacio en las telenovelas. Los gobernadores de los estados han mordido el anzuelo, como es el caso del gobierno de Puebla que (según Día Siete) apoyó con 1.6 millones de pesos la filmación de la telenovela “Fuego en la Sangre”, mientras que a Colima le costó casi cinco millones de pesos el que sus escenarios naturales aparecieran en el teledrama “Contra Viento y Marea”. Jalisco, por su parte (otro día hablaremos de la macrolimosna) aportó 12 millones de pesos a la producción de “Las tontas no van al cielo” después de otra aportación no especificada a la filmación de “Destilando amor”. Guanajuato apoyó, con montos también desconocidos, la producción de la teleserie local “Vida mia”. La lista es larga, pero solo como aproximación a este fenómeno, Día Siete menciona los casos de Amor real (2003), grabada en Hidalgo; Alborada (2005) realizada en Michoacán y Puebla; La esposa virgen (2005), grabada en Puebla y Tlaxcala; Código postal (2006) en Guerrero; Juan Querendón (2007), en Michoacán y Pasión (2007) filmada en Hidalgo y Morelos. ¿Cuánto costó a cada uno de los estados mencionados, la fugaz aparición de sus escenarios naturales en esas telenovelas? ¿Cuanto cuesta al contribuyente la ansiedad de los gobernadores por aparecer junto a los galanes de telenovela?
¿Cuánto nos cuesta como país la autopromoción de la actual clase gobernante?

lunes, 2 de junio de 2008

Somos campeones, estamos de fiesta






Finalmente la final llegó y la ganamos. ¿La “ganamos”, Kimosabi?.
Curioso fenómeno ofrece el futbol. A partir de ayer somos ganadores todos los laguneros y aún aquellos que, sin ser laguneros, le iban al Santos.

Pero ¿quienes somos esos “ganadores”, esos que, tan solo por ser “santistas” desde ayer nos sentimos campeones?

Somos los mismos que perdimos las últimas elecciones presidenciales, y aquí conviene precisar que no solo perdimos las elecciones los que votamos por una opción diferente a la panista, también perdieron las elecciones los que votaron por Calderón, porque ellos fueron los que primero perdieron la fe, la confianza en las elecciones como un ejercicio de libertad democrática. Son los primeros que las sabotearon. Se asustaron y asustaron a la ciudadanía. Por eso, ellos y nosotros somos perdedores.

Pero también somos los mismos que perdimos la confianza en una institución que nos costó muchísimo construir, como es el Instituto Federal Electoral, los que perdimos la incipiente confianza en la Suprema Corte de Justicia como un valladar contra los excesos del Poder Ejecutivo, los mismos que estamos perdiendo la confianza en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos después de ver como sus desatinos son enmendados por organismos internacionales como Amnistía Internacional.



Somos los mismos que vamos perdiendo la guerra contra el narco, aunque los gobernantes digan que “sienten” que vamos ganando. Somos los mismos que vamos perdiendo la carrera contra los precios de los alimentos, los mismos que vamos perdiendo la posibilidad de encontrar trabajo para jefes de familia, los mismos que, en el campo, vamos perdiendo la posibilidad de sobrevivir como campesinos, los mismos que…

Por todo eso, era importante, muy importante ganar el campeonato. Sentirnos campeones aunque no hayamos jugado ni un segundo. Para eso se inventó el concepto del “jugador número 12”. Desde las tribunas, desde casa, desde el bar estábamos “jugando”. Hicimos lo que nos tocaba, angustiarnos, rezar, gritar, bailar, cantar, alegrarnos, enojarnos, insultar, mirar. Exactamente lo mismo que hacemos con la vida pública, con la política, con la vida en sociedad. Otros son los que juegan, nosotros solo aplaudimos o nos quejamos. Otros son los que deciden sobre lo que es de todos (lo público), nosotros solo miramos…y pagamos las consecuencias de sus decisiones. Así pasó con el Fobaproa y pretenden que así pase con los intentos de privatizar el petróleo.


Pero hoy nada de eso importa. Hoy somos “ganadores”, hoy somos “campeones”. Hoy ganamos. ¿Pero que ganamos?
Ganamos el derecho a tomar las calles, que es un derecho que solo existe cuando se ejerce.
Ganamos el derecho a ser felices (o al menos a sentirnos eufóricos), aunque sea solo por un día.
Ganamos la ilusión de sentirnos iguales, ilusión expresada en la convivencia, en el mismo desfile, entre una Ford Lobo y un carromato tirado por dos famélicos asnos, pero eso sí, ambos vehículos cargados de jóvenes vestidos de albiverdes. O en el hecho de que la alegría del momento es compartida por el gobernador lo mismo que por el jornalero, lo mismo por el presidente municipal que por el campesino.



Ganamos la ilusión de sentirnos libres, como el joven que semidesnudo bailaba y se bañaba en medio de la calle División del Norte, acá por mi barrio, o la joven que generosa, desde una camioneta levantaba de vez en vez, su albiverde playera para mostrar sus senos mientras incitaba a gritar ¡Santos¡, ¡Santos¡. Por lo menos la policía de Gomez Palacio reporta que de la treintena de detenidos que hizo, una parte importante fue por “exhibicionismo”.

Así que, no es poco lo que ganamos pero es efímero y tiene mucho de artificial.
Es mas, mucho mas lo que tenemos como reto para ser auténticos ganadores.

Pero hoy estamos de fiesta. Hoy como dice Serrat:

Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano

bailan y se dan la mano

sin importarles la facha

Juntos los encuentra el sol

a la sombra de un farol

empapados en alcohol

magreando a una muchacha.



Mañana será otro día. Mañana, podremos decir, apoyándonos también en Serrat:

Y con la resaca a cuestas

vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza

y el señor cura a sus misas.

Se acabó,

que el sol nos dice que llegó el final.

Por una noche se olvidó

que cada uno es cada cual.

Vamos

bajando la cuesta

que arriba en mi calle

se acabó la fiesta.