miércoles, 23 de julio de 2008

Alteridad, ciudadanía y Benito Juárez

El 18 de julio no solo es el día que “nacieron todas las flores”. También es el aniversario luctuoso del gran liberal que en mucho transformó nuestro país y que, pese a sus detractores, aportó su talento a la edificación del moderno Estado mexicano, institución en cuya desaparición parecen estar comprometidos los últimos gobernantes.

Benito Juárez sorprende por la profunda transformación que hizo de su vida y que se expresa en el tránsito de humilde pastor de ovejas a Jefe del Estado mexicano. Sin embargo, esa imagen pareciera expresar solamente las posibilidades de éxito individual en un país y en un momento determinados. Pero el significado de su vida va más, mucho más allá. Para que el éxito individual sea posible, primero tiene que existir el individuo y esa es precisamente la gran aportación del liberalismo. En el caso del México en la época juarista, debemos recordar que los derechos individuales eran prácticamente inexistentes, ya que la gran mayoría de los mexicanos pertenecían a comunidades indígenas, comunidades en las que la individualidad no existe o está severamente limitada. Pero además, estos mexicanos al igual que los demás (incluso aquellos mestizos que no se asumían como indígenas) estaban subordinados a la férula de la Iglesia Católica, institución que gobernaba la vida, pública y privada, de los mexicanos, institución que contaba con privilegios de los que hacía partícipes solo a unos cuantos. Éramos entonces, una sociedad de desiguales y en medio de esa desigualdad no puede florecer una República, forma de organización social en la que el sustento son los ciudadanos, seres iguales ante la ley, ante lo público. Precisamente por eso, quienes se beneficiaban con esa desigualdad necesitaban un Emperador, preferentemente rubio y, por tanto, extranjero. Un Emperador que pusiera a los indios en su lugar (especialmente al indio que despachaba como Presidente de la República).


Así inició la persecución de Juárez, que era en realidad la persecución de la República y, por tanto, de la ciudadanía. Perseguir a la República para instaurar el imperio es perseguir al ciudadano para instaurar al súbdito. Así de simple. Por eso cuando Juárez derrota y ordena el fusilamiento de Maximiliano está, con esos actos, restaurando la República. Es entonces cuando, ante el Congreso de la Unión (15 de julio de 1867) establece que:


Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la
paz.

Enorme lección de alteridad encerrada en esa frase pues no puede haber respeto entre individuos si estos no son libres, ni entre naciones si estas no son soberanas. No puede haber alteridad si no hay mismidad. No hay individuo, si este no tiene libertad.

Ahora bien, ¿Para que nos sirve Juárez en estos momentos?. Eso le preguntó Carmen Arisegui al escritor Carlos Monsivais a finales del año pasado. La respuesta empezó con la mención de que 474 nombres de calles y avenidas fueron sustituidas, en el sexenio de Fox, por nombres de santos, o de héroes locales o por figuras del conservadurismo.
Luego, Monsivais afirma que Juárez podrá estorbar a gentes como Fox, pero para México en su conjunto, como nación, Juárez es muy necesario porque representa la idea épica, dramática de la soberanía.
Finalmente, el escritor hace una crítica hacia la izquierda, precisamente por haber renunciado a la herencia juarista que tiene que ver con el liberalismo.


En lo personal, creo que la izquierda mexicana tiene mucha dificultad para entender que ser ciudadano es ser liberal, por definición. Y que por tanto, construir una sociedad de ciudadanos requiere construir una sociedad de individuos libres, libres no solo de corporaciones (religiosas, económicas o gremiales) sino de las formas de organización comunitaria que asfixian la individualidad. No se trata, por supuesto, de suprimir dichas organizaciones sino de ponerlas al servicio del hombre. Se trata de conciliar en un dificilísimo equilibrio, ciertamente, dos de los valores fundamentales de la sociedad moderna que emerge de la revolución francesa, valores como la libertad (esencia del liberalismo, es decir, de los derechos fundamentales del individuo) e igualdad (esencia de la vida en comunidad, en sociedad, sin la cual hombre perece). A la izquierda le cuesta mucho trabajo entender que individualidad y comunidad son dos formas de una misma existencia, la existencia humana. Por eso también se le dificulta entender que la “lucha por las almas de los mexicanos” se da en todos los campos de batalla, incluidos aquellos en los que se desarrolla la vida cotidiana de los mortales comunes y no solamente en el Congreso, en la televisión, los periódicos o en las escuelas. Monsivais lo demuestra, en entrevista con La Jornada http://www.jornada.unam.mx/2008/06/12/index.php?section=politica&article=012e1pol) de la que presentamos solo una pregunta y parte de su respectiva respuesta:




¿Puede hablarse de un triunfo definitivo del Estado laico en tanto en los bares
los tríos sigan cantando la versión dulcificada de “La gloria eres tú”? ¿Sigue
sonando a herejía Miguel de Guevara?
R: Usted se refiere al éxito del clero
mexicano al lograr que se modificase la letra de “La gloria eres tú”, de José
Antonio Méndez. En el original decía: “Desmiento a Dios porque al tenerte yo en
vida/ no necesito ir al cielo tisú”, y quedó de este modo: “Bendito Dios, porque
al tenerte yo en vida/ no necesito ir al cielo tisú”, con lo que la herejía
persistió.

viernes, 18 de julio de 2008

La mismidad


No soy de los que consideran que el día de cumpleaños es un día especial, diferente a los demás días. Creo que en cada uno de los 365 amaneceres de cada año, podemos decir con Joan Manuel Serrat :

Hoy puede ser un gran día
donde todo está por descubrir
si lo empleas como el último
que te toca vivir

Pelea por lo que quieres
y no desesperes
Hoy puede ser un gran día
y mañana también


Pese a todo, hoy es mi cumpleaños y me parece una buena oportunidad para hablar (por escrito) de la contraparte de la otredad, es decir, de la mismidad. Desde mi propia mismidad considero que la vida vale la pena vivirse, aún aquí en la Laguna de los balazos, aún aquí en Torreón, ciudad capital del arsénico. Desde mi mismidad, que es la que permite la existencia de la otredad, pues es su otra cara, vislumbro una vida necesitada de un esfuerzo mayor, de una lucha mas intensa para que ambas caras se reconcilien y se acepten como lo que son: la unidad, un solo universo.


Pero como siempre, hay alguien que lo expresa mejor, en este caso ese alguien es el cantante uruguayo Alfredo Zitarroza, quien a través de su hermosísima canción “Guitarra Negra” nos dice, en algunos de sus fragmentos:

Hago falta
yo siento que la vida se agita nerviosa
si no comparezco
si no estoy

Siento que hay un sitio para mí en la fila
que se ve ese vacío
que hay una respiración que falta
que defraudo una espera


Siento la tristeza o la ira inexpresada del compañero
el amor del que me aguarda lastimado
Falta mi cara en la gráfica del pueblo
mi voz en la consigna
en el canto
en la pasión de andar


Mis piernas en la marcha
mis zapatos hollando el polvo
los ojos míos en la contemplación del mañana
mis manos en la bandera
en el martillo
en la guitarra
mi lengua en el idioma de todos
El gesto de mi cara en la honda preocupación de mis hermanos


O también Florence Scovel Shinn nos dice, desde su libro “El juego de la vida y como jugarlo” que:





La vida es como un espejo, y nos encontramos a nosotros mismos reflejados en
nuestros semejantes.


La mismidad es un peso enorme (si no se está contento con lo que uno es); es la vida misma, la que mientras exista es una tarea en la que somos insustituibles. La mismidad es como una obra escénica en la que nosotros, cada uno de nosotros, solo puede ser representado por cada uno de nosotros. Karel Kosik en “Dialéctica de lo concreto” lo expresa mucho mejor cuando afirma que:



Cada individuo debe –personalmente y sin que nadie pueda sustituirle- formarse
una cultura y vivir su vida.




En eso estamos, perdón, en eso estoy.




Karel Kosik


miércoles, 2 de julio de 2008

La otredad, la bronca con el otro, con los otros.


Considerado por algunos como el problema filosófico del siglo XX, la otredad o alteridad, es decir, la relación con los otros, con los diferentes, con los que no son como yo, parece que persistirá con un lugar privilegiado en la problemática humana del siglo actual. Los elementos que demuestran su carácter problemático se expresan en hechos incuestionables que marcaron al siglo anterior, como por ejemplo, dos guerras mundiales y multitud de guerras regionales y revoluciones nacionales. Por supuesto, el problema de la alteridad no sólo es un problema de la relación entre naciones o entre clases, razas o grupos sociales. Es también un problema de relación entre dos personas. Así como los pueblos levantan barreras infranqueables para impedir el paso de los diferentes, así también los individuos erigimos nuestras más poderosas defensas para establecer relaciones interpersonales en las que no sea evidente nuestra vulnerabilidad. Todos necesitamos del otro(a) pero nadie queremos correr riesgos. Percibimos al otro como necesario(a) pero peligroso. El resultado es una forma de relacionarnos dañina, lastimosa, sin futuro. Seguramente tiene que ver con lo que Marx define como enajenación en los Manuscritos económico-filosóficos, obra considerada la mejor expresión del llamado “joven Marx”. Sin embargo, hoy quiero abordarla a través de lo que el viejo Charles Bukowsky plantea en el siguiente poema:

A solas con el mundo

La carne cubre el hueso
y dentro le ponen
un cerebro y
a veces un alma.
Y las mujeres arrojan
jarrones contra las paredes
Y los hombres beben demasiado
y nadie encuentra al otro,
pero siguen buscando
de cama en cama

La carne cubre el hueso

Y la carne busca algo más de carne.
No hay ninguna posibilidad:
Estamos todos atrapados
por un destino singular.
Nadie encuentra jamás al otro.

Los tugurios se llenan,
los vertederos se llenan,
los manicomios se llenan,
los hospitales se llenan,
las tumbas se llenan.


Nada más se llena.