domingo, 14 de septiembre de 2008

Fraternidad y política de civilización

Después de un buen rato de flojear, aquí estamos nuevamente con un comentario. Pues resulta que en el anterior post, su servidor afirma que la contradicción que caracteriza al liberalismo es entre dos valores fundamentales de la sociedad occidental, aportados por la Revolución Francesa y que son la Libertad y la Igualdad. Así planteada, la cuestión parece no tener solución o, en el mejor de los casos, la solución consiste en sacrificar uno de los valores para que prevalezca el otro. De modo que si sacrificamos la igualdad, prevalecerá el liberalismo (en otras palabras, el capitalismo) y si por el contrario, sacrificamos la libertad, entonces prevalecerá el igualitarismo (como es el caso del socialismo). En la primera opción, se sacrifica el tejido social, se suprimen todas las formas de vida comunitaria y se cultivan los valores individualistas, el “éxito” personal que excluye a los demás. En la otra opción, se cancela al individuo, se suprimen las libertades individuales y se elevan a rango cuasi-divino las formas colectivistas de organización social. En ambos casos el ser humano pierde mucho de su humanidad. O el equilibrio que se propone entre ambos valores resulta, ciertamente, harto difícil.

Sin embargo, es cuestión de leer a Edgar Morín (pronúnciese “Morán”) y en el encontramos una alternativa obvia, pues está en el origen de los dos valores mencionados. En efecto, Morín nos recuerda que la revolución francesa no solamente nos deja como legado las propuestas de libertad e igualdad, antinomias de difícil coexistencia, sino que también heredamos de los revolucionarios franceses la propuesta de la fraternidad y es esta la que constituye el cemento que permite la unión y coexistencia de la libertad con la igualdad. Es, quizá, el valor de mas difícil comprensión en un sistema social como el que vivimos, donde el liberalismo es llevado a extremos en los que un ser humano es solamente un escalón para que otro suba. Un liberalismo (o neoliberalismo) expresado en los excesos del individualismo que convierte a la sociedad en una selva humana, una jungla en la que para sobrevivir hay que sacar lo peor de nosotros mismos, lo mas inhumano de nuestra naturaleza. ¿Hay alternativa? Por supuesto. Mientras más inhumano se vuelve nuestro entorno social mas solidaridades aparecen, mas humanismos emergen. Es lo que Morín llama “resistencias”. Dice este autor francés en “Una política de civilización”:

Anonimización, atomización, "mercaderización", degradación moral, malestar,
progresan de manera interdependiente. La pérdida de responsabilidad (en el seno
de las maquinarias tecnoburocráticas compartimentadas e hiperespecializadas) y
la pérdida de la solidaridad (debido a la atomización de los individuos y a la
obsesión del dinero) conducen a la degradación moral, dado que no hay sentido
moral sin sentido de la responsabilidad y sin sentido de solidaridad.

…Asimismo, los individuos resisten a la atomización y a la anonimización por
la multiplicidad de los amores, el entretenimiento de las amistades, las
"barras" o grupos de amigos. Ellos resisten a la urbanización generalizada
adoptando comportamientos neo-rurales, fines de semana y vacaciones, el retorno
a alimentos rústicos, la compañía de gatos y perros.

…Pero estas
iniciativas son locales y dispersas. No hay que sistematizarlas pero sí
sistemizarlas, es decir religarlas, coordinarlas para que constituyan un todo.
Hay que hacerlas emerger a la política de civilización. Mientras que
solidaridad, convivencialidad, ecología, son pensadas separadamente, la política
de civilización las concibe en conjunto y propone una acción de conjunto


Ahí está la propuesta de Edgar Morín. Entenderla nos permitirá afirmar como él: “Mi optimismo se funda en lo improbable”.