sábado, 4 de octubre de 2008

¡No se olvida¡










En la búsqueda de esas solidaridades dispersas a las que se refiere Edgar Morín (pronúnciese “Morán”), acepté la invitación de jóvenes universitarios para participar en una marcha conmemorativa de la represión del movimiento estudiantil de 1968.
Convocada para iniciar a las 5 de la tarde, la manifestación partió de la Fuente del Pensador, en la Alameda, alrededor de una hora después. Me integré cuando llevaban avanzadas unas cuadras y me sorprendió ver que eran un grupo compacto pero entusiasta, compuesto de jóvenes muy muuy jóvenes, a pesar de que la convocatoria era para todo el pueblo en general.
En lo que me integraba escuchaba comentarios de peatones, empleados de tiendas y automovilistas que comentaban entre ellos cosas como “Pinches guevones, deberían ponerse a trabajar”, otro decía “Mira, son puros emos” y otros simplemente trataban de entender que relación había entre las consignas que los jóvenes manifestantes gritaban y lo que las mantas expresaban. El sol arrancaba gruesas gotas de sudor de nuestras frentes y la piel de nuestros rostros mostraba su irritación adquiriendo tonos rojos u obscuros, como en mi caso. Afortunadamente, tuve la precaución de llevar el sombrero que cuatro meses antes me regalara Eder. Pese a todo, ni sol, ni calor, ni pavimento ardiente parecían menguar el ánimo juvenil. Voces femeninas incitaban al grito “Dos de Octubre, no se olvida” en una marcha que era encabezada por una manta enorme en la que la aparecía la imagen de la patria, esa joven mujer de rasgos indígenas que adornaba la portada de los libros de texto de primaria.
No teníamos miedo, pero algunos, cuando nos dirigíamos a la Alameda, pudimos ver en las cuadras cercanas a patrullas de dos o tres camionetas de la PFP con policías cubiertos con pasamontañas y armados hasta los dientes. Es normal, pensamos, en una ciudad cuya cotidianeidad se adorna con cadáveres mutilados que amanecen en lugares públicos. No teníamos miedo, pero era inevitable pensar que en 1968 también era “normal” que en los alrededores de las movilizaciones estudiantiles abundara la presencia policiaca. Afortunadamente, durante la caminata los policías no se hicieron presentes, ni siquiera para “protegernos”. Y digo “afortunadamente” porque luego empecé a entender que era lo que movía a jóvenes a protestar por algo que había sucedido veintitantos años antes de que ellos hubieran nacido. Ese algo es la represión policial. Lo entendí cuando vi que de entre las filas se desprendían jovenzuelos para pintar las paredes con leyendas como “Fuck the police” o “police = pigs”. ¿Y eso que demonios tiene que ver con lo que militares y policías hicieran en Tlatelolco a estudiantes indefensos ese dos de octubre de 1968? La respuesta es: la represión. Así como en ese entonces los jóvenes exigían la derogación del delito llamado de “disolución social”, que no era otra cosa que la prohibición de reuniones en la vía pública, pues así los jóvenes actuales sufren la permanente persecución por reunirse en las calles. Diariamente, pero especialmente los fines de semana, la policía realiza redadas en los barrios marginales donde los chavos se reúnen a escuchar música rap o ska y cargan con ellos por el solo hecho de ser jóvenes. Persecución, humillaciones, golpes y encierros son lo que los jóvenes reciben de manera cotidiana de parte de la policía. Jóvenes que cada vez encuentran mas disfuncionales las familias que los adultos hemos construido, que cada vez están mas hartos de las banalidades que ofrece la televisión, terminan huyendo cada tarde o cada noche de su casa para refugiarse en las esquinas, en la calle, en la plaza. En esos lugares dan rienda suelta a la frustración que muy pronto se transforma en rebeldía creativa plasmada en interpretaciones de rap o al bailar ska. Por eso digo que “afortunadamente” no hubo provocaciones por parte de la policía, pues los muchachos tienen bastante rabia antipolicial acumulada.


Después de avanzar por la Hidalgo, en la calle Zaragoza dimos vuelta al norte para luego tomar la avenida Juárez, por la que iniciamos el regreso hasta El Pensador. Ahí, en la Alameda, se inició el “toquín”, la parte musical, mas lúdica pero igualmente rebelde. Al ritmo de rap, con letras agresivas, compuestas por los propios muchachos la movilización se transformó en fiesta, pero en fiesta de solidaridad, de inconformidad con una sociedad que les niega espacio vital. Por eso estaban, estábamos, ahí, contentos; la Fuente del Pensador era de ellos, de nosotros, al menos por esa tarde y parte de la noche. Luego aparece el ska, después la guitarra nos trae al eterno rebelde, al inseparable compañero de marchas y luchas, el Ché, cuando la guitarra acompaña a quien canta

Aprendimos a quererte
Desde la histórica altura
Cuando todo Santa
Clara
Se despierta para verte



Continúa el rap, el ska, la pasión, el enojo por la represión tan lejana y tan cercana a la vez. Luego piden la reflexión, solicitan que Rafa Zuno, profesor de varios de los presentes, tome la palabra. Y sí, la palabra del profesor hace reflexionar. Habla de cómo la lucha sesentayochera se une con las luchas actuales, habla de cómo la represión de ahora, la militarización creciente del país puede terminar en otro sesenta y ocho si no nos organizamos. Rescata lo valioso de esta movilización porque, dice él, solo resistiendo podremos sobrevivir. Porras y aplausos culminan su intervención.

Pienso en lo que dice Mauricio Carrera en su ensayo “68 La vida estaba en otra parte”*. Ahí menciona que las sociedades estaban cambiando y nadie lo entendía, dice “nadie parecía entender muy bien lo que pasaba, pero solo los jóvenes reaccionaron ante estos cambios, ante esta incomprensión.” Creo que algo similar veía yo en esta protesta, chavos que no entienden muy bien lo que sucede pero lo intuyen, les molesta y reaccionan. Son como la parte sensible de nuestra sociedad, son nuestros sensores remotos que nos indican que un terremoto social se aproxima, pero no lo entendemos. Nuestra sensibilidad se ha atrofiado por falta de uso.

“Hay momentos en que tengo ganas de rebelarme como un loco”, es la frase que el ensayo de Carrera recupera del libro de Albert Cámus “El mito de Sísifo” para explicar la inexplicable rebeldía de los jóvenes de entonces (y yo digo que de los jóvenes de hoy, también). En ese libro, Cámus habla del esfuerzo inútil del ser humano moderno que malgasta su vida en fábricas u oficinas. Condenados, como Sísifo, a repetir eternamente la misma y fatigosa tarea, tan solo para reiniciarla una vez que la concluimos, Cámus pregunta si ante esta situación sólo nos queda la complacencia o el suicidio y responde que no, la alternativa es la rebelión. Esto es lo que no sé si los chavos lo saben, pero estoy seguro que al menos lo intuyen…y reaccionan.

¿Y que quieren los jóvenes de ahora? Pocos o nadie lo entiende. De hecho, a pocos les interesa. Igual que en 1968. Quizá por eso vale la pena el rescate que hace Carrera de algunas de las consignas que adornaron las calles de París en mayo de ese año: “La imaginación al poder”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Abre tu cerebro tan a menudo como tu bragueta”, “Decreto un estado de permanente felicidad”, “El agresor no es quien se rebela, sino quien reprime”, “Cuanto mas hago el amor, mas quiero hacer la revolución”, “Una barricada cierra una calle pero abre un camino” y por supuesto, la frase de Rimbaud que da título al ensayo en mención, “La existencia está en otra parte”.




Nos retiramos y dejamos a los jóvenes, muuy jóvenes, en su conmemoración/fiesta.

Mientras caminamos rumbo al auto, las consignas del 68 francés me hacen pensar que, en muchos sentidos, seguimos viviendo en 1968. Persiste el autoritarismo, la antidemocracia (ahora revestida de alternancia), la violencia es parte de la vida cotidiana, así que ¿tiene sentido ser optimistas?. Creo que sí, siempre y cuando seamos realistas. Es lo que demostraron los jóvenes que dejamos atrás, en el Pensador, cantándole a la vida.

“Seamos realistas, pidamos lo imposible” expresión del pensamiento creativo/subversivo del 68, se cruza con el pensamiento complejo de Edgar Morín que afirma que “el optimismo se funda en lo improbable”.




*Carrera, Mauricio. “68, La vida estaba en otra parte”. Revista Día Siete, Núm. 403.