sábado, 15 de agosto de 2009

El amor en tiempos de la influenza II



Para continuar con estas elucubraciones me gustaría citar a Guillermo Vega que, a propósito de la influenza humana, dice “Las situaciones extraordinarias, como esta emergencia sanitaria por la que estamos atravesando, hacen que aflore la verdadera naturaleza de cada persona, lo mejor o lo peor del ser humano. Todo el día, a todas horas, al mismo tiempo estamos siendo testigos de muestras extraordinarias de lucidez y de estupidez, de altruismo y de egoísmo, de solidaridad y de avaricia.” Así, la doble naturaleza del ser humano, la instintiva y la que es producto de la civilización, la que asume que el hombre es el lobo del hombre y la que entiende que la salvación personal solo es posible con la salvación de los demás, nos muestra de manera cotidiana el permanente conflicto interior que todos llevamos dentro: o nos servimos de los demás o nos comprometemos con sus mejores causas. Por eso el amor, entendido como la relación que nos humaniza, es decir, que nos distingue sustancialmente del resto de los animales, se vuelve tan difícil de expresar en una sociedad que, como la nuestra, se caracteriza por el creciente
individualismo, por un liberalismo que le concede excesivas libertades al individuo mientras que encarcela las posibilidades de vivir en sociedad. Hablar del amor en tiempos de influenza es lo mismo que hablar del amor en tiempos del cólera, es hablar del reto que significa sacar las reservas de humanismo que quedan en cada uno de nosotros para encarar el egoísmo que, si bien es característico del capitalismo, es exacerbado en tiempos de crisis como la que estamos viviendo.

Y sin embargo, es necesario. El amor no solamente es posible, sino que es imprescindible. El amor (en su forma de vínculo entre dos, o en la forma de relación fraterna o en su vertiente solidaridad) es el cemento indispensable para que la vida en sociedad sea una posibilidad real, para que la humanidad pueda emerger como el actor social necesario para una transformación real y a fondo de las formas de relacionarnos que hasta ahora conocemos. Y esto exige, también, una nueva forma de abordar las contradicciones o (como dice Deleuze) las “líneas de fuga” de la sociedad de nuestros tiempos. Tomo por ejemplo a una radical como Ángela Davis, mujer negra militante del movimiento revolucionario de finales de los años 60 en Estados Unidos, integrante del Partido de Los Panteras Negras y juzgada por el gobierno norteamericano. Dice Ángela, cuando se le pregunta que significa ser radical hoy:

“Reinventar el término, reconstruirlo, pensar en nuevas formas de radicalismo. Por ejemplo, ejercer la crítica en el pensamiento, en la política, en la cultura... Necesitamos activistas, pero también intelectuales y estudiantes y, desde luego, la voz de los artistas y los músicos. También es muy importante contar con la visión de los jóvenes. Los de mi generación debemos aprender a vivir en el presente y a olvidarnos del pasado, que es a lo que te aferras cuando te vas haciendo viejo.”2
Esa es la opinión de una mujer que pasó del activismo en las calles, en las manifestaciones a la creación de conocimiento desde los espacios universitarios. Alumna de Herbert Marcuse en la Universidad de California, la Davis nos enseña que la construcción de nuevos espacio-tiempos no significa vivir en el pasado, sino aquí y ahora, por mas que el pasado pudiera estar lleno de victorias gloriosas