viernes, 29 de abril de 2011

Ser niño, aquí y ahora



¿Qué significa ser niño en estos momentos, en este país? ¿A qué proyecto de vida puede aspirar un niño cuando ni siquiera tiene la seguridad de regresar vivo a su casa después de salir de la escuela? ¿A qué juegan los niños de hoy? ¿Esos mismos niños, los que sobrevivan, en que se convertirán dentro de diez años?
Si ahorita no sabemos qué hacer con los niños de los noventas, los jóvenes de hoy, (y tan no supimos que hacer con ellos cuando eran niños que hoy los hemos convertido en jóvenes nini’s), pues entonces deberíamos estar ocupándonos de los niños del nuevo milenio, esos que ya empiezan a ser llamados la “generación bang-bang”, la generación que está creciendo entre tiroteos y masacres, entre desaparecidos y ejecutados. Niños que son despertados a media noche por los estruendos de los R-15 o de los granadazos que intercambian los grupos que se disputan la plaza (nuestra ciudad); o que les ha tocado ver como “levantan” al compañerito de la escuela, o que son involuntarios testigos de la ejecución de un vecino o un desconocido en la calle donde juegan, o…ad nauseam.
Creemos, con una cierta y dolorosa ingenuidad, que las víctimas de la guerra contra el narco son “sólo” los casi cuarenta mil muertos que van hasta la fecha. Se nos olvida que esos muertos tienen hermanos, padres, hijos, familia. Se nos olvida que muchos de los deudos de esas decenas de miles de muertos son niños que difícilmente van a crecer como niños “normales”.
Lo mismo en la periferia que en las colonias residenciales, la muerte es una permanente compañera de la vida en la sociedad torreonense. Vivir acompañado de la muerte, ¿es vida? Los ricos y los pobres, los creyentes y los ateos, los azules y los tricolores, los buenos y los malos, todos vivimos con la muerte a cuestas, con la certidumbre de que la incertidumbre es lo único de lo que podemos estar seguros.
En ese escenario, ser niño ¿tiene algún significado? ¿Podremos este 30 de abril decirle a los niños, nuestros niños, “feliz día del niño”? Seguramente podremos repartirles besos, y también pastel y dulces y hasta una palmadita en la espalda mientras les decimos ¡Felicidades campeón¡ ¡Felicidades princesita¡, pero, ¿podremos hacer todo eso sin el sentimiento de que no hemos cumplido con nuestra tarea, sin la sensación de que su futuro es tan negro, o más, que su presente?
La violencia tiene muchas caras. Hasta ahora hemos mencionado solamente la violencia visible, esa que tiñe de rojo las calles y de amarillo los titulares de los periódicos. Pero hay otra violencia que también lastima, que también deja secuelas y que, sin embargo, casi nunca ocupa las primeras planas de los diarios. Por ejemplo, el que dos de cada diez niños y niñas presenten baja talla para su edad, es decir, que no desarrollen físicamente su potencial por falta de los nutrimentos necesarios, habla de lo injusto que es nuestra sociedad con sus “princesitas” y sus “campeones”. Y eso para no hablar de las muertes infantiles por diarreas o infecciones respiratorias, es decir, afecciones perfectamente curables en una sociedad en la que el Estado hace su parte y la sociedad también. En esas condiciones, ¿los niños mexicanos tienen algo que festejar?