domingo, 12 de junio de 2011

Encuestas de cultura, cultura de encuestas.


Hablar de encuestas en un país como México es hablar de una realidad hasta hace pocos años inexistente. Para aquellos que crecimos como parte de una sociedad de partido único (el PRI), de religión única (la católica), televisora única (telesistema, hoy televisa) y hasta con la coca cola como refresco único, es difícil imaginar que algún día sería necesaria una encuesta para saber lo que la gente opina. Éramos una sociedad muy parecida a lo que nos enseñaban en la escuela primaria acerca del sistema solar, un sistema heliocéntrico que tenía varios planetas pero todos girando alrededor del sol. La diversidad de los planetas se reducía a cuestiones secundarias como el tamaño, la ubicación, el color, etc. Y de la misma manera nuestro sistema político tenía al Presidente como centro rector, al PRI como el único camino para llegar a ese centro de poder, al catolicismo como la única manera de salvar el alma, telesistema como la única forma de esparcimiento y la coca cola como la única o, al menos, la más conocida forma de calmar la sed.
En una sociedad donde la unicidad es la característica fundamental la encuesta es un absurdo. Todos sabíamos los resultados de las elecciones (aún antes de que éstas se realizaran), y conocíamos nuestras preferencias religiosas (aunque no participáramos en los ritos), teníamos la certidumbre de que la coca cola tenía el mismo sabor aún cuando no trajéramos en el bolsillo las monedas suficientes para comprarla y, por supuesto, la programación de televisión era tan previsible que ni las noticias ofrecían un panorama diverso pues por muy disímiles que fueran los acontecimientos noticiosos, la televisora les daba el matiz de uniformidad necesario para que la sociedad mexicana no se sobresaltara.


En ese contexto de homogeneidad a nadie le importaban las diferencias porque estas eran inexistentes o, eso nos decían, transitorias. Es cierto que había pobres y ricos pero México era el país de la abundancia, de manera que, más tarde o más temprano, la revolución nos cumpliría las promesas de igualdad que estaban pendientes desde 1917. En estas circunstancias una encuesta de opinión era impensable porque la opinión no cuenta en un régimen autoritario, por eso no podía haber cultura de encuestas.
EL movimiento del ’68 nos mostraría de manera abrupta que en México no todos estábamos conformes, que el nuestro era un país de desiguales, que la desigualdad, lejos de disminuir, tendía a profundizar y a extenderse. Nos descubrimos diferentes y entonces nos vendieron la idea de la multiculturalidad, nos dijeron que éramos diferentes pero que todos cabíamos en el PRI. Esto, por supuesto, no todos lo creyeron y así, de los reprimidos en el 68’ unos, en efecto, se sumaron al partido oficial (Muñoz Ledo, Ifigenia Navarrete, etc.), otros optaron por la formación de organizaciones independientes y otros más consideraron que la única salida era la violencia y nacieron así las organizaciones guerrilleras.
La salida que el Estado mexicano ideó es lo que se llama la Reforma Política, una reforma que asumía que, en efecto, éramos diferentes y que era necesario abrir espacios para que los diferentes también se expresaran. Lenta pero inexorablemente se fue abriendo un abanico cada vez más amplio de opciones partidarias, y aunque la hegemonía del PRI se mantenía inalterable en las elecciones presidenciales, poco a poco se fue gestando una característica de los procesos electorales verdaderamente democráticos: la incertidumbre. De pronto en algunas elecciones estatales y, sobre todo, en las municipales, ya no sabíamos quién sería el ganador. La incertidumbre nos convenció de la necesidad de usar instrumentos que ya eran de uso cotidiano en las democracias consolidadas, es decir, las encuestas. Poco confiables al principio, las encuestas se fueron convirtiendo en un elemento indispensable para saber lo que pensaba la gente acerca de sus preferencias electorales. La apertura comercial, impulsada por el régimen de Miguel de la Madrid en los 80’s y consolidada en los 90’ con Salinas de Gortari, nos proveyó de artículos en tal variedad que las preferencias de los consumidores se volvieron también impredecibles. De pronto, la sociedad mexicana se desconocía a sí misma. La imagen inamovible que teníamos de nosotros mismos ya no correspondía con muchas de nuestras actitudes y comportamientos. Nuestra conducta como electores y consumidores se volvió impredecible y se creaban así, las condiciones para que la encuesta se posicionara como el instrumento más eficaz para anticiparse al comportamiento de los mexicanos. La confianza en las encuestas se fue arraigando hasta el grado en que hoy ya se puede afirmar que existe una cultura de las encuestas.
Nos hemos acostumbrado a que casa por casa, o por teléfono o por internet se nos pregunte constantemente nuestra opinión sobre los tópicos más diversos, desde nuestros gustos por productos alimenticios hasta los comportamientos más íntimos que tenemos en la alcoba.

domingo, 5 de junio de 2011


No es necesario estar a favor del PRI ni, mucho menos, del hijo de Carlos Hank González para saber que estamos ante el inicio de una nueva cacería de brujas. La detención de Jorge Hank solo puede presagiar la determinación de quién llegó a la Presidencia de México (haiga sido como haiga sido) de conservarla para su partido. Esto presagia una nueva guerra sucia que no sólo afectará al PRI sino que enlodará todo el ejecrcicio de la vcida política.