lunes, 6 de octubre de 2014

Entre “El miedo a la libertad” y “La banalidad del mal”

Por Miguel Ángel Saucedo L.

En esta ocasión aprovecho mi espacio para hacer referencia a uno de los actores que pocas veces es objeto de críticas y que, me parece, es el más importante y ese es el pueblo mismo. Fácil es criticar al gobierno, a la iglesia, a los empresarios e, incluso, a la prensa misma. Pero lo que exige un esfuerzo mucho mayor es la crítica al respetable, al auditorio, a aquellos a los que usualmente tenemos como oyentes o como lectores. Sin embargo, resulta necesario hacer una reflexión en torno a las voces que, cada vez más seguido y no siempre desde el anonimato, expresan su aprobación a situaciones que involucran a servidores públicos (que, por definición, son depositarios de eso que llamamos el bien común), situaciones en las que no siempre se ajustan a lo que la ley establece, precisamente, para garantizar ese bien común.

                Sobre todo a partir de la guerra contra el crimen organizado, en la que Calderón nos dejó embarcados, es creciente el número de voces que comparten, por ejemplo, aquella penosísima expresión de Montiel cuando era candidato a gobernar el Estado de México, en el sentido de que “los derechos humanos son para los humanos y no para las ratas”, categoría, ésta última, en la que mucha gente suele ubicar a quienes son (presuntamente, dice la ley) delincuentes. Las consecuencias de actuar conforme a ese “pensamiento” son, entre otras, la conducta de gobernantes y policías al margen de la legalidad, convencidos de que para tutelar el bien común, las leyes se han convertido en un estorbo, particularmente aquellas que tienen que ver con la protección a los derechos humanos.

                El fusilamiento de presuntos narcotraficantes en Tlatlaya por parte de miembros del ejército, la constante denuncia acerca de la desaparición de civiles por parte de fuerzas policiacas y el reciente ajusticiamiento de estudiantes normalistas en el Estado de Guerrero impiden aceptar que vivimos en un régimen de derecho y que, por el contrario, son justamente los derechos de la mayoría de la población los que se atropellan cotidianamente con absoluta impunidad, al menos hasta que periodistas u organismos extranjeros los denuncian.

                Con todo, el tipo de policía que hemos cultivado durante años, la separación de sociedad civil y administración pública y la corrupción que ha puesto a nuestros diferentes servicios de seguridad al servicio del crimen hacen que no nos extrañe su conducta. Lo insólito, en todo caso, es que todavía quede algo de la estructura del servicio público al margen del control criminal. Lo que me parece más grave, y riesgoso, es que encima de que nuestros agentes del orden vivan del desorden, haya quien les aplauda. Que ciudadanos, tan comunes como Usted y como yo, muestren su beneplácito por las ejecuciones extrajudiciales expresa la degradación que como sociedad estamos experimentando. El desprecio por las leyes solamente puede conducir a la anticipación del Estado totalitario que, según algunos, es la fase de dominio político que sigue en México y, contra eso, es preciso reaccionar ya.
                La permanente aceptación, según las encuestas, del comportamiento de nuestras fuerzas armadas y policiales, a pesar de sus excesos,  solo puede leerse (por parte de autoridades proclives al autoritarismo) como una exigencia de mano dura, una disposición de la ciudadanía a trocar libertades por presuntas seguridades, sin darse cuenta de que, en esa misma medida, está renunciando a la libertad que tan caro nos ha costado conseguir. Conviene releer a Erich Fromm para que nos recuerde lo que le pasó al pueblo alemán cuanto se dejó dominar por  El miedo a la libertad, y a Hanna Arendt para que nos vuelva a explicar que La Banalidad del mal consiste, justamente, en que la arquitectura de nuestra sociedad obliga a que cualquier subordinado haga del mal el cumplimiento de su obligación, lo que permite que alguien con uniforme asesine simplemente “porque era su deber” o “porque estaba recibiendo órdenes”. 

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