domingo, 6 de abril de 2008

Inauguración

Hoy, siendo las 11:58 del dia 8 de abril de 2008, declaro antisolemnemente inaugurado "El Tabarete" y quiero hacerlo posteando el artículo que hoy concluí para el Boletín de la escuela.

Sale.





«La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; es él mismo —cada uno— quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso» (Erich Fromm. Ética y psicoanálisis).




Entre emos y punketos: la lucha por la identidad y el territorio
Por Miguel Angel Saucedo L.

La sociedad mexicana sigue cambiando, aunque muchos no quieran o no puedan, por ceguera ideológica, percibirlo. El acelerado tránsito de rural a urbano, apenas permite ver a nuestro país expresarse de maneras hasta antes insospechadas. El cambio demográfico expresado en una población cada vez mas vieja pero con un creciente protagonismo juvenil, los procesos migratorios (expulsamos pobres a Estados Unidos y recibimos pobres expulsados de Centroamérica), junto con eso que llaman globalización y que se expresa (aunque no solamente) en el libre acceso a ideas y comportamientos de lugares cercanos y remotos, dan lugar a una muy extraña versión de lo que McLuhan llamó la “aldea global”. Extraña porque la idea de una aldea global, es decir, una aldea mundial, sugería algo así como una sola gran tribu, la tribu humana, unida e interactuando a través de los portentosos medios de comunicación de los que hoy disponemos. De alguna manera eso es cierto, basta ver la creciente dependencia, sobre todo de los jóvenes, respecto de medios como el teléfono celular y la internet para comunicarse. Ni siquiera el idioma sobrevive como frontera, pues a través del correo electrónico o del YouTube, podemos intercambiar música, fotos y video con gente cuyo idioma ni siquiera sabríamos identificar.

Sin embargo, en medio de tantos sonidos, palabras, imágenes, es decir, en medio de tanta gente, nos sentimos perdidos, aislados En medio de tanta comunicación nos sentimos incomunicados. En medio de tanta diversidad se extravía nuestra particularidad, nuestra identidad. De tanto leer y escuchar lo que los demás son, se nos olvida o nos avergonzamos de lo que nosotros somos. ¿Como es que llegamos a esta situación?

Si miramos con más detenimiento, quizá observaremos que eso que llaman globalización es, en realidad, un proceso de mundialización de una forma de relacionarnos entre los seres humanos y una forma de relacionarnos con la naturaleza. Esta forma de relacionarnos es a través de la compra y venta de cosas a las que se les llama mercancías. En otras palabras, estamos ante un proceso de mercantilización del mundo, un proceso en el que la naturaleza se ha convertido en una mercancía (y para eso basta ver el comercial de PEMEX, ese de que “tenemos un tesoro”). Pero el mundo no es solo naturaleza, o mejor dicho, los seres humanos también somos naturaleza y, por tanto, la mercantilización es la forma de relación que tiende a ser dominante en la sociedad, lo cual quiere decir que los seres humanos tendemos a tratarnos a través del mercado, el mercado de las relaciones sociales y, por tanto, estamos hablando de la mercantilización de la sociedad. De manera que, quizá sea más pertinente hablar de un “mercado global” que de una “aldea global”. Es el mundo de la mercancía.

Ahora bien, una vez que cambiamos el escenario, cambian los actores. En lugar de la aldea o sociedad global que supone humanos con relaciones sociales globales, tenemos el mercado global que supone consumidores y vendedores y sobre todo…mercancías. El sueño dorado del capitalista, un mundo donde todo, absolutamente todo, pueda comprarse y venderse (enajenarse). Un mundo de mercancías, un mundo en el que compradores y vendedores también se han convertido en mercancías. La lógica de la mercantilización es muy simple: en un mundo mercantilizado necesito comprar lo que requiero para sobrevivir, pero para comprar necesito dinero que obtendré al vender, ¿pero vender que?, pues las cosas que poseo y si no poseo nada siempre tendré mi fuerza de trabajo, o mis ideas, o mi inspiración o…

El resultado es que, para sobrevivir, me tengo que vender, me tengo que enajenar, volverme ajeno a mi mismo. Así, en el capitalismo solo existimos como mercancías. Y sin embargo, a pesar de todo, seguimos siendo humanos, muy disminuidos si se quiere, pero humanos. Aquí es donde aparece con mayor claridad la contradicción: mi carácter humano en un mundo social donde solo puedo existir como vendedor o consumidor (compro, luego existo) o como mercancía. Un mundo que mutila al ser humano, pues solo le reconoce aspectos parciales de su humanidad (su capacidad para comprar, su capacidad para vender, su capacidad para venderse) y descuida los aspectos mas esenciales de esa humanidad como son su capacidad creativa, su sensibilidad, su solidaridad, su compromiso consigo mismo y, por lo tanto, con la humanidad de la que forma parte.

Y eso nos remite, ahora si, a un abordaje diferente del problema que apuntábamos renglones arriba cuando decía que en medio de tanta comunicación nos sentimos incomunicados. Esta incapacidad deriva de nuestra división en clases, división que origina que tengamos intereses no solo diferentes sino antagónicos. División clasista que me obliga, aún cuando no logre o no quiera vender mi fuerza de trabajo, a ser ajeno a mi mismo por que yo no decido el lugar que ocupo en la sociedad a la que pertenezco, no decido el tipo de relaciones que establezco con los demás.

El asunto es que cada vez es más difícil relacionarnos como seres humanos, como seres de múltiples dimensiones. Cada vez buscamos en el otro solo una parte de lo que el otro es, y nos perdemos así, de la integralidad de ese ser humano con el que a la vez podríamos alcanzar nuestra integralidad. Esta dificultad de “ser”, de identificarse con alguien para ser parte de algo, lleva a muchos a buscar falsas identidades o, incluso, a buscar la negación de si mismo por la vía del suicidio o de las adicciones. Dado que el mercado es la expresión de nuestras diferencias y no de nuestras semejanzas, terminamos buscando en otro lado aquello que nos pudiera unir a otros, pero ¡ojo¡ a otros, no a los otros. En otras palabras, en lugar de buscar a todos aquellos con los que comparto mis similitudes esenciales, lo humano, termino buscando lo que al unirme con algunos de los otros, me diferencia de los demás. En lugar de buscar mi lugar en la aldea global capitalista (que por definición es excluyente), acabo buscando mi lugar en alguna tribu de las muchas que pululan en esta aldea.

Eso es, quizá, justamente lo que sucede con eso que ahora llaman “tribus urbanas”, grupos de jóvenes que buscan afanosamente una identidad y un espacio donde expresarla. Es entonces cuando emos y punketos y rokers y homos y…descubren que existe alguien mas como cada uno ellos, alguien que comparte sensaciones, sentimientos y, sobre todo, estados de ánimo (difícilmente, pensamientos). Es cuando descubren que (como dice la canción), su soledad se siente acompañada. El individuo percibe que no está aislado, sino que forma parte de algo, de un grupo de gentes como el, de una tribu. Sin embargo, las tribus no existen en lo abstracto. Son expresiones de la sociedad y esta existe en el espacio, en un territorio dado. Y aquí es donde surge el conflicto, ya que no hay tribu que se respete si no tiene un territorio donde nomás sus chicharrones truenen. Conflicto urbano que, por cierto, no es nuevo. Las batallas campales entre jóvenes de diferentes barrios, son la vida cotidiana en los espacios marginales de las ciudades. La diferencia ahora es, precisamente que el conflicto ya no es solamente en la periferia urbana sino justamente en su centro…comercial. Parte del nuevo rostro que ofrecen las ciudades, por lo menos las medianas y, sobre todo las metrópolis, es la desaparición de la plaza pública, entendida como el espacio en el que todos, sin distinción de condición social, género o edad, podíamos pasear, descansar, socializar. Ahora la diferenciación social que caracteriza a la urbe, se expresa en la correspondiente diferenciación social de los espacios para la recreación pública. Así, la Alameda y la Plaza de Armas en Torreón, son ahora espacios de recreación para ciertos sectores de la sociedad, mientras que otros sectores hacen vida social en las modernas plazas comerciales. Esta situación, determinada por la capacidad de consumo, es precisamente la que explica que el conflicto tribal ocupe las pantallas de televisión ya que los emos, al igual que otras tribus, han hecho de la plaza comercial “su” espacio, “su” territorio, olvidando que, a diferencia de la Alameda, esa plaza es privada, tiene dueños y esos dueños venden la ilusión de un espacio social sin conflictos, donde todos podemos socializar a condición de que hagamos consumo. Ilusión hecha pedazos por una realidad en la que nuestra sociedad se muestra como un espejo roto, con múltiples fragmentos buscando, como dice Edgar Morin, su completud.

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