lunes, 1 de octubre de 2012

Laguna compleja

Por Miguel Ángel Saucedo L. Dice Rolando García* que la realidad física existe en forma de niveles de organización semiautónomos, niveles en los que rigen dinámicas específicas para cada uno pero con interacción entre ellos. Esto implica una perspectiva distinta a la de la ciencia tradicional, especialmente distinta a la física de Einstein, que sostiene que el mundo físico es uno y está sujeto a las mismas leyes, leyes universales cuyo conocimiento sería la aspiración de todo científico. Rolando, por el contrario, considera que tales niveles de organización, en la medida en que son semiautónomos, se encuentran “desacoplados” dado que cada uno de estos niveles puede ser explicado por una determinada teoría sin que los cambios en dichas explicaciones, afecten las explicaciones de los otros campos o niveles. Sólo cuando tomamos en cuenta las interacciones entre los diversos niveles se posibilita la emergencia de aspectos que hacen evidente que lo que sucede en alguno de los niveles impacta, en un grado u otro, a los demás. Así, en el caso de la Comarca Lagunera, las políticas de desarrollo rural de corte neoliberal han impactado no sólo a la población ejidal sino a la región en su conjunto. Con la liberalización de las tierras ejidales a partir de 1992, se desató un proceso de concentración de tierras y, sobre todo, de agua que ha polarizado nuevamente la distribución de dichos recursos. Dejar que la tierra y el agua sean de quien tiene más dinero generó una nueva estructura agraria que se expresa en el empobrecimiento de campesinos que se ven obligados a vender sus recursos, tanto sus derechos de agua como su parcela. Esto es un ejemplo de cómo las condiciones de contorno, es decir, elementos ajenos al sistema (en este caso, el Estado y el mercado nacional e internacional) condicionan el comportamiento del mismo. Así, es posible explicarnos fenómenos sociales que, aparentemente, poco tienen que ver con las explicaciones a los problemas del medio físico, sobre todo si olvidamos que, aunque dichos niveles son semiautónomos, tienen interacción entre sí. De ese modo, un incremento en la demanda nacional de leche, generó para la industria lechera regional una posibilidad de crecimiento que, sin embargo, requirió de más tierras y más agua que obtuvo de los ejidatarios. Deterioro ambiental y empobrecimiento social, son algunas de las consecuencias. Esta recuperación de la noción de “interrelación entre niveles” permite, también, la emergencia de la noción de “sistema complejo”, es decir, la confluencia de múltiples procesos cuyas interrelaciones constituyen una “totalidad organizada”, un gran proceso en el que los subprocesos que lo constituyen dependen de la función que cada uno de ellos cumple en esa gran totalidad. Es lo que el mismo Rolando llama la “interdefinibilidad,” característica que se puede encontrar en los diferentes procesos que constituyen la región lagunera y que permiten asumirla como una unidad, como un sistema. Para el caso de la producción ejidal, entendida como uno de los subsistemas que alguna vez jugó un rol protagónico en el desarrollo regional lagunero, implica reconocer que las condiciones de contorno, es decir los aspectos que están fuera del sistema regional pero que, sin duda, influyen en él, han creado condiciones en las que la población ejidal pareciera no tener otra opción que la de desaparecer para transformarse en migrantes o en jornaleros en busca de empleo en las unidades productivas particulares, constituidas sobre lo que antes fueron sus parcelas. * García, Rolando. “Sistemas complejos”. Ed. Gedisa. España. 2006.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

A propósito de cárceles y fugas

Por Miguel Ángel Saucedo L. Un porcentaje creciente de la población mexicana vive en la cárcel. Concebidos como Centros de “Readaptación Social” los reclusorios mexicanos son una de las más gráficas expresiones de un modelo de desarrollo que se caracteriza por su carácter excluyente. Desde la adopción del modelo neoliberal, en la década de los 80’s, las posibilidades de empleo han ido a la baja, así como las condiciones de vida de los que tienen la “fortuna” de ser asalariados. El fracaso de tal modelo se hace evidente con el incesante incremento de los índices de desempleo así como de la precarización de las condiciones de trabajo y la tendencia a la desaparición de las prestaciones que antes acompañaban al salario. La incapacidad para generar nuevas fuentes de empleo y nuevos espacios escolares para los jóvenes está generando incrementos en los índices de delincuencia. Sin acceso a una plaza laboral o a un lugar en la escuela, los jóvenes se ven obligados a buscar refugio en las adicciones o en la delincuencia, ámbitos que se alimentan de la porción más fuerte y vigorosa de nuestra sociedad que son los jóvenes. Son ellos, que deberían estar estudiando o produciendo, los que pueblan las cárceles mexicanas, famosas por su capacidad para destruir moral y anímicamente a sus inquilinos, más que por su capacidad de “readaptación” De acuerdo con el periódico El Universal (20 de febrero de 2012) el número de motines registrados en los reclusorios mexicanos durante el año 2011 fue de 3,269 así como 922 disturbios que ocasionaron la muerte a 316 reclusos. Esto se debe en parte a la sobrepoblación que, según el mismo periódico, alcanzó en ese año un 22.7% aunque en 2010 era de casi el 30 por ciento. Estos fríos números son algo más que una abstracción. Implican que en una celda se encuentren hacinados más presos de los que pueden dormir en la misma, o que por lo menos puedan dormir en forma horizontal, aunque sea en el suelo de manera que hay cárceles en las que los reclusos duermen de pie, amarrados con sábanas a los barrotes de su celda. La creciente penalización de la vida en México tiene que ver con la forma en que el régimen panista que encabeza Calderón concibe a la sociedad. Para ellos sólo hay los buenos y los malos, y los primeros son aquellos se benefician de la desigualdad social o los que, aún siendo marginados, prefieren ver morir a sus hijos de hambre o de enfermedades curables antes que robar. Los malos son todos aquellos que violan la ley independientemente de que la política económica los haya confinado a los márgenes de la sociedad, ahí donde sólo es posible sobrevivir como integrante de la delincuencia organizada o no. En lugar de pensar en mecanismos de atención (social, productiva, psicológica) a todos aquellos que se incorporan a las filas del delito, el régimen panista sólo atina a perseguirlos, eliminarlos o recluirlos, situación que tomó por sorpresa al sistema penitenciario mexicano y que lo excede en cuanto a infraestructura para recibir a tantos nuevos inquilinos. Hasta la iglesia (http://www.proceso.com.mx/?p=299401) propone “el uso de equipos modernos y sofisticados de vigilancia y seguridad”, en lugar de hacer propuestas sobre métodos eficientes de readaptación de quienes delinquen. Asume esta institución la imposibilidad de la reinserción social pues considera a los 488 reclusorios del país como “universidades del crimen” en los que habitan 225 mil personas, casi un cuarto de millón de mexicanos que, en lugar de vivir una vida productiva y útil a los demás, viven la pesadilla de su paulatina degradación moral, sin más esperanza que la fuga o la adscripción a los cárteles que ahora no solo se adueñaron de las calles sino también de los reclusorios. El desprecio por la vida y la dignidad humanas se refleja en la noción que el gobierno tiene de la cárcel, simples depósitos de seres humanos de desecho por los que no vale la pena invertir en su rehabilitación.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Oribe Peralta y el esfuerzo personal

Nativo del ejido “La Partida”, Oribe el “Cepillo” Peralta dividía su tiempo de adolescente entre la práctica del futbol y sus estudios en el Conalep. Levantarse todos los días para entrenar desde las 6 de la mañana, luego a partir de las 2 de la tarde asistir a estudiar al Conalep para regresar a casa a las diez de la noche, era la vida de éste triple campeón del futbol: se coronó en los panamericano de 2011, luego se hizo campeón de liga 2012 con el Santos Laguna y, finalmente, define con dos goles la final olímpica, celebrada en Londres. Ejemplo de pundonor, de coraje, de esfuerzo individual, el “Cepillo” parece encarnar la promesa que el modelo económico en México ofrece a los jóvenes: el éxito profesional, económico y social es posible, es cuestión de “echarle ganas”, de esforzase y exigirse a uno mismo Nacido en 1984, medio siglo después que el presidente Lázaro Cárdenas decretara la Reforma Agraria como respuesta a las legítimas demandas de quienes en 1936 trabajaban para los grandes hacendados de entonces, Oribe es un beneficiario del cada vez más menguante Estado de Bienestar, el Estado comprometido a satisfacer las necesidades de las masas campesinas que en 1910 decidieron hacer una revolución para cambiar la situación en que vivían. La promesa de Tierra y Libertad, sin embargo, no fue cumplida sino hasta 1936. Los jornaleros agrícolas (peones acasillados) así como los llamados “bonanceros” (trabajadores agrícolas que venían de otras partes del país a la pizca del algodón) después de una huelga que paralizó a todas las haciendas laguneras, se convirtieron en ejidatarios gracias al decreto expropiatorio que acabó con la hacienda como referente de riqueza generada en la actividad agrícola, evento que permitió la emergencia del ejido y la pequeña propiedad como nuevos actores del desarrollo rural regional. Con tres hermanos y una hermana, Peralta es parte de una familia que, por su número, está a medio camino entre aquellas típicas familias rurales de antaño, las que descansaban sobre el principio de que mientras más hijos más brazos para trabajar la tierra y las que escucharon aquel mensaje de “pocos hijos para vivir mejor”, que en el caso de las familias rurales de hoy significa pocos hijos para que generar menos migrantes. Pero, ¿qué tan cierto es que el caso de Oribe Peralta es la muestra de que todo es cuestión de “echarle ganas” para alcanzar el éxito? El “Cepillo”, como conocen a Oribe desde chamaco, inicia a los 17 años su ingreso a la escuela de futbol “Salvador Necochea” (cecifut), lugar en el que pulirá las habilidades que desarrolló jugando hasta descalzo en las polvorientas calles de “La Partida”. Seguramente dotado de habilidades innatas, Peralta las pulió con tesón y terquedad, es cierto, motivado por la pasión que el futbol suele generar en los niños y jóvenes de muchas regiones de nuestro México. Sin embargo, cada año miles y miles de jóvenes mexicanos nacidos en el campo (y los nacidos en la ciudad también) son virtualmente expulsados no solo de su región sino de su país, obligados a buscar el sustento en otra tierra porque su patria les niega tal posibilidad. Cada año, sobre todo desde la docena trágica de gobiernos panistas, alrededor de 500 mil mexicanos, la mayoría de ellos jóvenes campesinos, se ven obligados a emigrar hacia el norte, buscando pasar al vecino país en busca del empleo que les es negado en su propio terruño. Forzados a vender sus derechos de agua y sus tierras se convierten en parias de las urbes cercanas, aquí mismo en nuestra ciudad, en la frontera norte y, en el mejor de los casos, terminan convertidos en mano de obra barata en los campos norteamericanos. El modelo de desarrollo agropecuario que privilegia al capital y desdeña al campesino, ha generado muy pocos Oribes Peralta y muchos desterrados, migrantes y también, muchos jóvenes sin más opción que el crimen organizado como refugio. No hay duda, Oribe Peralta es un lagunero, hijo de ejidatario que merece el reconocimiento que recibirá del Ayuntamiento de Torreón pero, ciertamente, no es alguien que triunfó gracias al modelo de desarrollo… sino a pesar del mismo.