sábado, 18 de abril de 2009

Las "ilusiones" de Paula

Ser enajenado es ser ajeno a uno mismo, es dejar de pertenecernos si es que alguna vez fuimos dueños de nosotros mismos. La enajenación es una de las características de nuestra época, a grado tal que pareciera que solo en este tipo de sociedad, la nuestra, ha existido la enajenación. Esta enajenación se expresa de diversas maneras, una de ellas consiste en hacer en cada uno nosotros una especie de división interna, es decir, una separación entre lo que somos y lo que “debemos” ser. Y esto lo aplicamos en lo que se refiere a nuestros pensamientos, sentimientos, intereses, en todo lo que tiene que ver con nuestro contacto con la realidad. Dice Fritz Pappenheim que “Para hacernos valer como individuos nos relacionamos solo con aquellas fases de la realidad que parecen promover el logro de nuestros objetivos y permanecemos divorciados del resto de ella”* Uno de los ejemplos de esto, es el referente al cuerpo humano. En un artículo, publicado el 17 de abril en el portal de la Revista Proceso, Martha Lamas nos muestra como el cuerpo femenino ya no es socialmente aceptado si no reúne ciertas “especificaciones”, ciertas medidas. Es decir, ya existe un prototipo de cuerpo femenino al que se deben ajustar las mujeres actuales para poder ser consideradas mujeres. Pero no me crean, mejor leanlo:



Las "ilusiones" de Paula
MARTA LAMAS

Paula se ha pasado la semana de vacaciones encerrada en un cuarto de hotel. A los 17 años se niega a ponerse traje de baño para bajar a la playa o a la alberca, pues considera que está “demasiado plana”. Varias de sus amigas ya se operaron las bubis, y Paula teme verse “deslucida” junto a ellas. Conozco al grupito de amigas y ella es mucho más guapa, delgada eso sí, pero, por lo demás, espectacular; sólo que ella “prefiere” terminar una traducción en la que ha estado trabajando, que nadar o pasear en la playa. Tampoco irá de antros por la noche, pues piensa que los rellenos del brasier podrían delatarla: “es fácil usarlos bajo un suéter o con una camiseta, pero mucho más complicado si se quiere lucir un escote”.
Paula lleva más de un año juntando el dinero de la cirugía estética que quiere realizarse. Para ponerse buenos implantes mamarios ha ahorrado y está segura de que conseguirá el resto en los cuatro meses que le faltan para cumplir 18 años. Su madre, que no aprueba la operación, le dijo: “si eso quieres, lo harás cuando seas mayor de edad. Nosotros no te damos permiso ahora ni te lo vamos a pagar”.
Hace unos años, el colombiano Gustavo Bolívar escribió Sin tetas no hay paraíso, la historia de Catalina, una joven pobrísima que decide ponerse implantes para dedicarse al comercio sexual con los narcos. La historia, tomada de la vida real, se produjo como telenovela, consiguiendo el récord en teleaudiencia. Ahora bien, ¿qué sentido tiene un aumento mamario en una jovencita ilustrada de clase media alta que va a estudiar economía en una universidad privada? Una característica de la cultura de los jóvenes es que quienes la integran comparten denominadores comunes, pese a las diferencias de clase social. Por eso Paula anhela lo mismo que muchas jovencitas de otros sectores sociales y otras latitudes.
Cuando vio que no había manera de convencer a sus padres de que en lugar de un viaje le pagaran la operación, la joven se puso a hacer traducciones. Su madre dice que lo único bueno que ha traído esa obsesión por agrandarse el busto es esta disciplina de trabajo, pero está preocupada por Paula. Le parece innecesaria la cirugía, teme que cuando sea madre no pueda amamantar, considera absurdo pasar por un proceso doloroso para adecuarse a un dictado cultural. Mientras tanto, Paula le responde que la belleza ha sido siempre una aspiración de las mujeres; por lo tanto, es “natural” su deseo de hacerse lo necesario para “ser bella”.
En el mundo de la cirugía estética circula un discurso que vincula las transformaciones quirúrgicas con el progreso científico y el derecho a decidir. Por eso Paula regresó de una consulta llenándose la boca con “el derecho a modelar mi cuerpo”. Así, una idea fundamental de los derechos humanos –el derecho a decidir– es usada para promover la “normalización” de la cirugía.
Aunque Paula dice que se quiere operar “para verse mejor”, tal parece que ha caído, como muchas otras jóvenes, en lo que Naomi Wolf denominó “la trampa de la belleza”: la autoexigencia de conformarse a un ideal estético estereotipado. Millones de imágenes de mujeres “bellas”, publicadas en revistas, alimentan el mito. Esa difusión de modelos está sostenida por las industrias de belleza que invierten billones de dólares en la fabricación de productos cosméticos y que han hecho de la cirugía plástica la especialidad médica de más veloz crecimiento.
Lo que hace daño de este mito no es el deseo de verse bien y de agradar, sino el imperativo de ajustarse a un determinado tipo de belleza. Y lo lamentable es que ahora tener senos grandes se ha convertido en un requisito indispensable para que las jóvenes se sientan atractivas y aceptadas. En ciudades como Buenos Aires, Río de Janeiro y Bogotá empieza a ser costumbre en cierta clase social que las quinceañeras pidan de regalo la operación. Las ansiedades personales de las adolescentes, su incipiente autoestima, su obsesión por ser atractivas, son fuerzas poderosas para el florecimiento del comercio quirúrgico. Además, muchas chicas lo viven como “una inversión” que les redituará en un mejor trabajo, mayor posibilidad de conseguir pareja, etcétera.
Junto a las complicaciones físicas derivadas de la operación, lo que hace daño es el hecho de que el tamaño de las bubis, tetas o lolas se haya vuelto una medida de valorización o desvalorización. Si bien para la mayoría de los hombres los senos grandes siempre han sido un atractivo, la creencia de que las mujeres con tetas grandes tienen más éxito es una ficción, no sólo porque muchos hombres prefieren senos pequeños (y otras partes de la anatomía), sino porque las partes del cuerpo no están cargadas intrínsecamente de valor. El valor se lo adjudicamos las personas a partir de los intercambios emocionales y físicos que tenemos. El disfrute gozoso del cuerpo es un elemento fundamental, y unos pechos que pierden sensibilidad, o que están falsamente duros, o a los que no se puede estrujar, pueden deserotizar rápidamente.
Tal vez es iluso pensar que las jóvenes como Paula podrían, en vez de modificar sus cuerpos, cambiar la perspectiva con la cual los valoran. Habría que alertarlas sobre las complicaciones que este tipo de operaciones producen, y no sólo las médicas. Cosificar sus cuerpos y percibirlos como un objeto mercantil llevan a jóvenes como Paula a desilusiones, que tratan de curar con otras cirugías, que derivan en más desilusiones


*Pappenheim, Fritz, La enajenación del hombre moderno. Mex. Ediciones Era, S.A. 1965. p.22

miércoles, 8 de abril de 2009

Primer aniversario



Hace un año empezaba esta incursión en el ciberespacio, con el único objetivo de poner en blanco y negro esas difusas ideas que a veces me visitan.
Ideas que tienen que ver con la forma en que la vida cotidiana se hace presente, para ser comentada con los amigos y aún con aquellos que, sin ser amigos, se mostraran dispuestos a una charla informal pero en serio.
Para eso se instaló El Tabarete.
Muchas cosas han pasado desde entonces pero la que quizá alteró sustancialmente la cotidianeidad de nuestra región es la violencia. No es que no hubiera violencia en esta Comarca, siempre la ha habido, es solo que se volvió excepcionalmente cruenta, omnipresente, cotidiana. Entre los muchos cambios que esto generó está el que tiene que ver con los medios de comunicación. Vividores del chisme, los periódicos, canales de televisión y radiodifusoras locales abandonaron su función porque, evidentemente, se dieron cuenta muy rápidamente, de los enormes riesgos que implicaba informar al respecto. Así, la violencia vinculada al narcotráfico desapareció (al menos en un gran porcentaje) de la cobertura de los medios, permaneciendo solamente aquella información que de cualquier manera aparecería en los medios nacionales.
Al principio era impresionante escuchar por las noches (y a veces también durante el día) las balaceras protagonizadas por los diferentes grupos que se disputan nuestras ciudades y al día siguiente, nada, en los periódicos ningún comentario al respecto, como si nada hubiera pasado. La televisión y la radio locales, igual.
La alternativa de comunicación surgió entonces de los mismos ciudadanos, atenazados por la necesidad de tener información para decidir si salir de casa o no, recurrían a los teléfonos (especialmente celulares) y a Internet para saber como “estaba el ambiente” en aquellos lugares o sectores de la ciudad a los que se tenía necesidad de visitar, sea por trabajo o por diversión.
Se tejieron así, densas y estrechas redes de comunicación alternativa. Si antes era costumbre ver televisión, antes de salir de casa, para saber cual era el pronóstico del clima, ahora se acostumbra llamar a quienes viven en el barrio que se quiere visitar, o checar el correo electrónico para saber si no hay visos de alguna posible balacera en el antro al que se antoja acudir.
Dicen mis amigos que lo importante es no dejar de hacer lo que cotidianamente hacíamos pero, ¿es eso posible? ¿Se puede uno quedar impasible al escuchar que los “levantones” se dan en la calle, oficinas, escuelas e, incluso en los hogares? ¿Puede uno justificarse pensando que quienes aparecen descuartizados es porque “seguramente se lo merecían”?
Estamos aprendiendo a vivir en situaciones que antes nos parecían exclusivas de otros lugares del mundo.

Así las cosas, ¿vale la pena festejar un primer aniversario en la red de redes, como llaman al Internet?

Yo creo que si, porque estamos con vida y porque parte de esa vida puede compartirse a través de este espacio.