Por Miguel Ángel Saucedo L.
Durante la transmisión de uno de
los juegos del mundial de futbol, los cronistas hablaban de lo bien que jugaba
el equipo mexicano. Sobre todo, decían maravillas de Osorio, el entrenador colombiano de nuestra selección.
Se congratulaban que el canto de la afición mexicana fuera precisamente ese,
Osoooriooo, algo que a su ver, constituía un homenaje merecido, aunque luego
agregaban que también se había merecido los insultos obtenidos cuando el equipo
mexicano era derrotado. Es como actúan los “fans” de los equipos, los
fanáticos. Son los admiradores que a cambio de la devoción hacia un pobre
mortal, convertido en ídolo, le exigen luego los milagros que no son capaces de exigirse a sí mismos.
Igual pasa con los fanáticos de los cantantes populares y con muchos seguidores
de algunos políticos.
En
el caso del futbol local, después de la obtención de algún campeonato, ¿quién
no recuerda aquellos letreros en los autos proponiendo a algún jugador del
Santos para gobernador? De pronto la capacidad para cantar o golear se
convertía en habilidad para legislar o para gobernar. Ahí están los ejemplos de
Irma Serrano, “La Tigresa”, que llegó a ser senadora de la República, postulada
lo mismo por el PRI que por el PRD; o el actual caso de Cuauhtémoc Blanco
postulado por Morena, PES y PT para gobernar el estado de Morelos. Y no es que
no tengan derecho, basta su carácter de ciudadanos con derechos a salvo para
contender por un puesto de elección popular. El punto es ¿por qué votar por
alguien que no ha mostrado ninguna aptitud para gobernar o para legislar? ¿Por
qué elegir a quién no ha dado muestras de preocupación por los asuntos que
interesan a la ciudadanía? ¿Por qué convertir a alguien en ídolo?
Parafraseando
a Marx diríamos que “Cuanto más pone el hombre en su ídolo, tanto menos guarda
en sí mismo”, lo que quiere decir que las capacidades que reconocemos a quien
se idolatra son las mismas a las que renunciamos. Quizá la más importante de
esas capacidades es la de la transformación del tipo de sociedad de la que
formamos parte. No nos creemos capaces de construir la sociedad que queremos y,
por tanto, no creemos tener la capacidad de transformarla. Igual que en el
balompié. ¿Cuántos de los que vemos el futbol, en el estadio o en la
televisión, lo practicamos? Y sin embargo sabemos más que Osorio, cuando
pierde. Y lo endiosamos cuando gana.
Como
a Osorio, a López Obrador le puede pasar igual. Quienes hemos visto las
impresionantes movilizaciones de sus seguidores, sobre todo en la ciudad de
México, atestiguamos la entrega de la gente a su candidato, como si fuera su
mesías. Desfilan portando enormes fotografías de AMLO, entonando cánticos
apenas diferenciados de los que entonan en las peregrinaciones. Tienen razón
los neoliberales en asustarse, es justa su apreciación sobre el riesgo de que la
institucionalidad persistentemente construida desde los años 80, basada en el
“todos contra todos”, se resquebraje. Se vislumbra la posibilidad de que el
país convertido en mercado y cementerio, trasmute en una nación movilizada. Y
eso da miedo a los que saben sacar provecho de la inmovilidad, a los que saben
negociar con líderes políticos o religiosos que poco saben de lealtad a sus
seguidores.
Como
a Osorio, la popularidad se le puede revertir a AMLO. Mientras tanto, del “Peje”
dice Silva-Herzog: “En el horizonte mexicano
supone la aparición de un liderazgo radicalmente distinto, al mismo tiempo
auténtico e indómito, profundo y desbocado. Será el primer líder social que
ocupará la presidencia de México”.